Todos los colonienses convivimos con uno de los más sádicos centros de tortura del interior del país: el Batallón de Infantería Nº 4 de Colonia, con frente a la avenida Baltasar Brum. Cientos de uruguayos fueron flagelados en ese establecimiento militar, antes y durante la dictadura, algunos hasta la muerte. Porque en el cuartel de Colonia también se asesinó, y de una vez por todas debe salir a luz esta historia de horror, incluyendo los nombres de algunos de los torturadores que todavía conviven con nosotros.
Por Decreto del Ministerio de Defensa Nacional, Orden Nº 450 de la Inspección General del Ejército, con fecha 22 de abril de 1939, nace el Batallón de Infantería Nº 4 de la ciudad de Colonia, hasta ese entonces denominado Batallón de Infantería Nº 11, unidad creada en 1842, durante la Guerra Grande. Su origen, obviamente, no estuvo determinado para la ocupación y represión internas, ni para combatir contra sus propios compatriotas que luchaban por la gestación de una patria más digna y equitativa para todos. Eso vino después. Experiencias anteriores de dictaduras militaristas fueron animando la creación de una fuerza inhumana, sádica, terrorista y antidemocrática, que fundamentaba sus acciones en una mentirosa defensa de esa misma democracia por ella violada. De esa violación nacieron estos hijos, con fecha de parto 27 de junio de 1973, aunque el feto de la traición ya venía desarrollándose desde mucho antes, en el vientre de la mal llamada seguridad nacional, amenazada por ellos mismos. Así, la milicia oriental (aunque con visa extranjera) fue convirtiéndose en una subraza de mano de obra barata y descalificada que atentó contra las mejores ideas de soberanía nacional y contra quienes las sustentaban. Los militares uruguayos (de ideas foráneas) se fueron apartando de sus congéneres, por manija de sobreestimación discriminatoria con matices fascistas, según el grado; con convicción en los altos mandos, con ignorancia de buena parte del personal de tropa, y también con la renuncia de militares realmente demócratas, que luego fueron castigados por serlo, a manos de sus propios ex pares.
Todas las marchas y contramarchas en las investigaciones sobre violación a los derechos humanos, que aparenta estar llevando a cabo el neogobierno progresista, nos llevan a suponer que existen otros acuerdos más profundos y comprometidos que los que se dan conocer, que provienen desde el mismo Pacto del Club Naval y que podrían estar abonando el terreno de una posible ley de punto final, como la que existió en Argentina, y fue recientemente abolida. La impunidad con que se manejan hoy los militares -que, a fuerza de paradoja, estarían aportando pruebas contra ellos mismos...¿?-, incluso a través de veladas amenazas y de confesiones (inconfesadas antes) de haber participado en acciones represivas en el marco del Plan Cóndor, por parte de efectivos todavía en actividad, nos hacen suponer (con muy escaso margen de error) que todas las fuerzas represivas del país continúan intactas y preparadas para actuar contra quien sea, llegado el momento, aunque desde el gobierno se insista con que hoy no están dadas las condiciones para ello. Los militares jamás se manejan con propias estimaciones coyunturales, porque no están adiestrados para un análisis de situación, sino para responder a las órdenes del poder real, el que está incluso por encima de quienes -coyunturalmente- ostentan hoy la administración del Estado, que no así las megadecisiones. Y para intentar crear un país nuevo y limpio de todo pasado dependiente no basta -en este caso puntual- con depurar las fuerzas armadas -como se ha venido diciendo, aunque no se ha hecho- sino que es preciso y urgente el desmantelamiento absoluto de todas las fuerzas represivas, brazo armado del poder real extranacional.
Por eso no alcanza con respetar el cumplimiento del artículo 4º de la ley de caducidad de la pretensión punitiva del estado (ley de impunidad), ni de simplemente identificar algunos de los crímenes cometidos durante la llamada guerra sucia, o con hallar el sitio donde yacen los cuerpos de algunas de las víctimas de esas coordinadas operaciones de inteligencia. Lo que exigimos ante quienes nos marketinean la consigna de un nuevo país es que todos los responsables de esos delitos vayan a la cárcel por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra un pueblo entero, que no prescriben por más tiempo que pase.
El gobierno encabezado por el presidente Tabaré Vázquez nos ha pedido –muy reiteradamente- que colaboremos hacia la construcción de ese nuevo país. Lo menos que nosotros exigimos -por tanto- es que no se haga oídos sordos a nuestra voz.
La nota que estamos prologando es, entonces, un aporte para conocimiento de los gobernantes y para la conciencia cívica de todos los uruguayos, con especial atención a los habitantes de Colonia. Si -por ejemplo- en Argentina logró desmantelarse la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros de tortura y muerte de aquel país, ¿con qué parte de nuestra jaqueada dignidad debemos aceptar que el Batallón de Infantería Nº 4 de Colonia -uno de los mayores centros de tortura del interior del país- se mantenga todavía en pie, para dolor y vergüenza de todos quienes habitamos este pedazo de tierra uruguaya?
Lo que sigue son algunos testimonios reales, de gente real, que padeció ese infierno en el cuartel de Colonia; gente que se niega a olvidar.
Por Decreto del Ministerio de Defensa Nacional, Orden Nº 450 de la Inspección General del Ejército, con fecha 22 de abril de 1939, nace el Batallón de Infantería Nº 4 de la ciudad de Colonia, hasta ese entonces denominado Batallón de Infantería Nº 11, unidad creada en 1842, durante la Guerra Grande. Su origen, obviamente, no estuvo determinado para la ocupación y represión internas, ni para combatir contra sus propios compatriotas que luchaban por la gestación de una patria más digna y equitativa para todos. Eso vino después. Experiencias anteriores de dictaduras militaristas fueron animando la creación de una fuerza inhumana, sádica, terrorista y antidemocrática, que fundamentaba sus acciones en una mentirosa defensa de esa misma democracia por ella violada. De esa violación nacieron estos hijos, con fecha de parto 27 de junio de 1973, aunque el feto de la traición ya venía desarrollándose desde mucho antes, en el vientre de la mal llamada seguridad nacional, amenazada por ellos mismos. Así, la milicia oriental (aunque con visa extranjera) fue convirtiéndose en una subraza de mano de obra barata y descalificada que atentó contra las mejores ideas de soberanía nacional y contra quienes las sustentaban. Los militares uruguayos (de ideas foráneas) se fueron apartando de sus congéneres, por manija de sobreestimación discriminatoria con matices fascistas, según el grado; con convicción en los altos mandos, con ignorancia de buena parte del personal de tropa, y también con la renuncia de militares realmente demócratas, que luego fueron castigados por serlo, a manos de sus propios ex pares.
Todas las marchas y contramarchas en las investigaciones sobre violación a los derechos humanos, que aparenta estar llevando a cabo el neogobierno progresista, nos llevan a suponer que existen otros acuerdos más profundos y comprometidos que los que se dan conocer, que provienen desde el mismo Pacto del Club Naval y que podrían estar abonando el terreno de una posible ley de punto final, como la que existió en Argentina, y fue recientemente abolida. La impunidad con que se manejan hoy los militares -que, a fuerza de paradoja, estarían aportando pruebas contra ellos mismos...¿?-, incluso a través de veladas amenazas y de confesiones (inconfesadas antes) de haber participado en acciones represivas en el marco del Plan Cóndor, por parte de efectivos todavía en actividad, nos hacen suponer (con muy escaso margen de error) que todas las fuerzas represivas del país continúan intactas y preparadas para actuar contra quien sea, llegado el momento, aunque desde el gobierno se insista con que hoy no están dadas las condiciones para ello. Los militares jamás se manejan con propias estimaciones coyunturales, porque no están adiestrados para un análisis de situación, sino para responder a las órdenes del poder real, el que está incluso por encima de quienes -coyunturalmente- ostentan hoy la administración del Estado, que no así las megadecisiones. Y para intentar crear un país nuevo y limpio de todo pasado dependiente no basta -en este caso puntual- con depurar las fuerzas armadas -como se ha venido diciendo, aunque no se ha hecho- sino que es preciso y urgente el desmantelamiento absoluto de todas las fuerzas represivas, brazo armado del poder real extranacional.
Por eso no alcanza con respetar el cumplimiento del artículo 4º de la ley de caducidad de la pretensión punitiva del estado (ley de impunidad), ni de simplemente identificar algunos de los crímenes cometidos durante la llamada guerra sucia, o con hallar el sitio donde yacen los cuerpos de algunas de las víctimas de esas coordinadas operaciones de inteligencia. Lo que exigimos ante quienes nos marketinean la consigna de un nuevo país es que todos los responsables de esos delitos vayan a la cárcel por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra un pueblo entero, que no prescriben por más tiempo que pase.
El gobierno encabezado por el presidente Tabaré Vázquez nos ha pedido –muy reiteradamente- que colaboremos hacia la construcción de ese nuevo país. Lo menos que nosotros exigimos -por tanto- es que no se haga oídos sordos a nuestra voz.
La nota que estamos prologando es, entonces, un aporte para conocimiento de los gobernantes y para la conciencia cívica de todos los uruguayos, con especial atención a los habitantes de Colonia. Si -por ejemplo- en Argentina logró desmantelarse la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros de tortura y muerte de aquel país, ¿con qué parte de nuestra jaqueada dignidad debemos aceptar que el Batallón de Infantería Nº 4 de Colonia -uno de los mayores centros de tortura del interior del país- se mantenga todavía en pie, para dolor y vergüenza de todos quienes habitamos este pedazo de tierra uruguaya?
Lo que sigue son algunos testimonios reales, de gente real, que padeció ese infierno en el cuartel de Colonia; gente que se niega a olvidar.
Amado Curbelo, coloniense
Los mandos, los médicos
Los mandos, los médicos
– ¿En qué fecha fuiste detenido?
– El 6 de julio de 1972.
– Y te llevaron al Batallón 4.
– Al Batallón de Infantería Nº 4 de Colonia. Yo vivía en Ruta 1, antes de lo Bernardi. Desde que llegan a mi casa me ponen la capucha y me esposan. En el cuartel, ya de entrada me ponen de plantón. Me meten en un lugar que no sabía qué era, esposado y encapuchado,y me paran diciéndome que tengo que tener los pies juntos y las manos al costado del cuerpo, rígido, sin moverme. Había un milico con un garrote haciendo un control personal de esa posición. Era absolutamente desgastante. No te llevaban al baño, y si te movías te daban un garrotazo, y si caías dormido otro garrotazo. Ese es el plantón que vivimos todos los detenidos en el cuartel de Colonia, que fuimos -sólo entre junio y setiembre del '72- unas sesenta personas, entre mujeres y varones, contando concretamente los que después quedamos presos, porque por el batallón de Colonia también pasó un número incalculable de gente que sufrió todo eso pero que no la dejaron detenida. Las mujeres estaban recluidas en la parte que da a Baltasar Brum, y los varones estábamos en un galpón dividido por fardos de alfalfa, chapas de Coca Cola y elementos de Sudamtex. Eran como pequeños espacios, a los dos costados del galpón, donde solamente cabía el colchón. Después del plantón -donde unos aguantaban un día y otros hasta cinco días- unos eran metidos al submarino, que era un tanque de Coca Cola con agua y una tabla donde deslizaban al detenido, y lo zambullían hasta que el encargado de dirigir la tortura ordenaba sacarlo.
– El 6 de julio de 1972.
– Y te llevaron al Batallón 4.
– Al Batallón de Infantería Nº 4 de Colonia. Yo vivía en Ruta 1, antes de lo Bernardi. Desde que llegan a mi casa me ponen la capucha y me esposan. En el cuartel, ya de entrada me ponen de plantón. Me meten en un lugar que no sabía qué era, esposado y encapuchado,y me paran diciéndome que tengo que tener los pies juntos y las manos al costado del cuerpo, rígido, sin moverme. Había un milico con un garrote haciendo un control personal de esa posición. Era absolutamente desgastante. No te llevaban al baño, y si te movías te daban un garrotazo, y si caías dormido otro garrotazo. Ese es el plantón que vivimos todos los detenidos en el cuartel de Colonia, que fuimos -sólo entre junio y setiembre del '72- unas sesenta personas, entre mujeres y varones, contando concretamente los que después quedamos presos, porque por el batallón de Colonia también pasó un número incalculable de gente que sufrió todo eso pero que no la dejaron detenida. Las mujeres estaban recluidas en la parte que da a Baltasar Brum, y los varones estábamos en un galpón dividido por fardos de alfalfa, chapas de Coca Cola y elementos de Sudamtex. Eran como pequeños espacios, a los dos costados del galpón, donde solamente cabía el colchón. Después del plantón -donde unos aguantaban un día y otros hasta cinco días- unos eran metidos al submarino, que era un tanque de Coca Cola con agua y una tabla donde deslizaban al detenido, y lo zambullían hasta que el encargado de dirigir la tortura ordenaba sacarlo.
– ¿Quiénes eran esos "encargados"?
– El encargado de dirigir la tortura era Ernesto Rama, que le decían El Tordillo. Yo esa tortura del medio tanque no la viví, pero después que uno "aceptaba" firmar la declaración de pertenecer al MLN-Tupamaros, ponían al detenido en ese espacio que te relaté. Nos despertaban a las seis y media de la mañana, nos hacían doblar el colchón, nos sentaban a un metro de la pared, y en ese espacio estábamos todo el día, hasta las ocho de la noche, sentados sobre ese colchón, mirando la pared, incomunicados, sin poder hablar. Algunos teníamos una claraboya alta, por la que podíamos ver algún pájaro o alguna hoja durante tres meses; otro no, sólo veían la pared durante todo el día. En algunos períodos no nos llevaban al baño -ni esposados, ni encapuchados- y cuando queríamos hacer nuestras necesidades, el soldado que recorría constantemente el galpón nos alcanzaba una lata de dulce de membrillo con cuatro o cinco litros de capacidad. A veces la guardia era más "humana" y nos llevaba al baño, lo que por lo menos nos permitía caminar y salir de ahí aunque sea diez minutos.
– ¿No había ninguna posibilidad de verse entre los presos, en esa época?
– No. Ese espacio estaba tapiado por los cuatro costados.
– ¿También comían ahí? ¿Qué les daban?
– Sí. Nos daban un cucharón de café con leche y media galleta de mañana, un cucharón de guiso y media galleta al mediodía y otro cucharón y media galleta a la tardecita. Pasábamos mucha hambre, pero eso no es lo importante.
– Además de lo poco que les daban, tampoco era una comida "limpia"...
– No. A la espalda teníamos una lona, entonces a la hora que dos milicos nos traían ese guiso, en una olla grande de aluminio, movíamos la lona apenas un centímetro y veíamos que en el camino escupían la comida, que le tiraban soretes de perro adentro, que la meaban... pero la comíamos igual. Los días de plantón que cada uno de nosotros vivió, más los que vivieron el tacho y todo eso, era hasta que el detenido firmaba la declaración que ellos querían que firmara.
– ¿En el '72 todavía no se usaba la picana eléctrica?
– Yo no tengo información de que a algún detenido le hayan aplicado la picana en ese período de tres o cuatro meses. Tampoco puedo decir que no se usara. No escuché relatos de picana durante ese período. Hay mucha gente que prefiere no contarlo, porque es tan traumática la tortura que a veces es mejor olvidarla. Para mí es mejor exteriorizarlo, decirlo.
– El encargado de dirigir la tortura era Ernesto Rama, que le decían El Tordillo. Yo esa tortura del medio tanque no la viví, pero después que uno "aceptaba" firmar la declaración de pertenecer al MLN-Tupamaros, ponían al detenido en ese espacio que te relaté. Nos despertaban a las seis y media de la mañana, nos hacían doblar el colchón, nos sentaban a un metro de la pared, y en ese espacio estábamos todo el día, hasta las ocho de la noche, sentados sobre ese colchón, mirando la pared, incomunicados, sin poder hablar. Algunos teníamos una claraboya alta, por la que podíamos ver algún pájaro o alguna hoja durante tres meses; otro no, sólo veían la pared durante todo el día. En algunos períodos no nos llevaban al baño -ni esposados, ni encapuchados- y cuando queríamos hacer nuestras necesidades, el soldado que recorría constantemente el galpón nos alcanzaba una lata de dulce de membrillo con cuatro o cinco litros de capacidad. A veces la guardia era más "humana" y nos llevaba al baño, lo que por lo menos nos permitía caminar y salir de ahí aunque sea diez minutos.
– ¿No había ninguna posibilidad de verse entre los presos, en esa época?
– No. Ese espacio estaba tapiado por los cuatro costados.
– ¿También comían ahí? ¿Qué les daban?
– Sí. Nos daban un cucharón de café con leche y media galleta de mañana, un cucharón de guiso y media galleta al mediodía y otro cucharón y media galleta a la tardecita. Pasábamos mucha hambre, pero eso no es lo importante.
– Además de lo poco que les daban, tampoco era una comida "limpia"...
– No. A la espalda teníamos una lona, entonces a la hora que dos milicos nos traían ese guiso, en una olla grande de aluminio, movíamos la lona apenas un centímetro y veíamos que en el camino escupían la comida, que le tiraban soretes de perro adentro, que la meaban... pero la comíamos igual. Los días de plantón que cada uno de nosotros vivió, más los que vivieron el tacho y todo eso, era hasta que el detenido firmaba la declaración que ellos querían que firmara.
– ¿En el '72 todavía no se usaba la picana eléctrica?
– Yo no tengo información de que a algún detenido le hayan aplicado la picana en ese período de tres o cuatro meses. Tampoco puedo decir que no se usara. No escuché relatos de picana durante ese período. Hay mucha gente que prefiere no contarlo, porque es tan traumática la tortura que a veces es mejor olvidarla. Para mí es mejor exteriorizarlo, decirlo.
– ¿Ya había pasado Raúl Sendic por ese batallón?
– No. Sendic fue detenido en setiembre del '72. Nosotros no lo vimos. Además, esos tres meses, en esas condiciones, se nos terminan cuando vino el juez militar, en octubre de 1972. Cuando el juez militar nos hace firmar la misma declaración que ya habíamos firmado bajo tortura -con todo el circo mediante para darle una imagen jurídico militar- nos levantaron la incomunicación, pudimos ver a nuestros familiares cinco minutos cada uno, ese galpón se transformó en un galpón abierto, y esa "supervivencia" cambió: podíamos recibir comida de afuera, hacíamos quinta... En marzo del '73 cambia toda la oficialidad en el Batallón Nº 4 y empieza otra etapa, que yo no llegué a vivirla. Nosotros tuvimos alguna experiencia con el nueva comandante Soto, y su señora que también era militar, que entraban de noche, cuando estábamos durmiendo, y nos insultaban, pateaban los colchones, haciendo una especie de bravuconada que ya no asustaba a nadie. Eso fue lo que yo personalmente viví; la persona que estoy seguro que era la encargada de la tortura era Ernesto El Tordillo Rama, como tampoco tengo ninguna duda del resto de la oficialidad que en ese momento actuó: el capitán Bonjour, de Colonia; Emilio Álvarez, que le decían Cococho; Rabito Rivero, también de Colonia; Sosa, que también era oficial; y en cuanto a los médicos, yo sólo sabía que estaba el doctor (Eduardo) Solano y también había algún otro médico que ahora no recuerdo.
– ¿Cuál era el papel de los médicos del cuartel?
– El control del estado físico de los detenidos torturados.
– ¿También supervisaban la tortura?
– Los médicos por lo general no hablaban, y como uno estaba encapuchado..., simplemente con la cabeza decían que nos siguieran dando o no. Pero, esa era la función que cumplían: supervisar si algún torturado manifestaba algún síntoma que a ellos les parecía riesgoso...
– En aquella época, que todavía no era dictadura sino "estado de guerra interno", estando incomunicado, encapuchado y esposado en el cuartel, ¿qué esperabas que vendría después?
– Cuando hablamos de dictadura no tenemos que hablar de un cambio brusco, donde se pasa de blanco a negro. Fue un proceso. Las medidas prontas de seguridad arrancan en el año 1958, donde ya hubieron sindicalistas presos, con un gobierno blanco. Ahí se inventan esas "medidas". En el año '68, los funcionarios públicos tienen que ser algo así como reservistas del Ejército. Tuvimos que ir al cuartel y firmar como que estábamos a disposición si éramos agredidos desde el exterior. Ese año, cuando AEBU decretó un paro, vino el comandante del cuartel y nos dijo si éramos conscientes que nosotros, de a- cuerdo a las leyes, habiendo medidas prontas de seguridad no podíamos hacer paros. Hicimos el paro, y a todos los funcionarios bancarios oficiales del departamento nos llevaron al cuartel. Nos metieron en otro galpón, y a los de Colonia nos llevaban todos los días a trabajar, durante diez días. O sea que en 1968 ya detienen y encarcelan a trabajadores que hacen un paro. Ese fue, para mí, el primer escalón. Las medidas prontas de seguridad fueron una constante durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco, o sea que no podemos hablar de dictadura a partir del 27 de junio del '73. Tenemos que hablar de un proceso escalonado, donde no solamente se metía gente presa, sino que murieron estudiantes en la calle, y se sucedieron una serie de hechos que tienen esa fecha como algo casi simbólico. Porque antes de eso también hubieron muchas muertes, muchos torturados, muchos presos.
– Incluso se llegó a matar gente por tortura en el Batallón 4 de Colonia, Aldo Perrini por ejemplo...
– Sí, eso fue en el año '73, cuando yo ya estaba en el penal de Libertad.
– ¿En Libertad escuchaste comentarios de que el cuartel de Colonia era uno de los más jodidos del interior del país?
– Nosotros lo vivíamos; porque en el penal estábamos presos junto con compañeros que habían sido detenidos en todos los cuarteles del país. Por los relatos que nosotros recibíamos, no sé si era el primero -yo creo que era el primero-, pero sí uno de los tres más sádicos y sanguinarios en tortura. En el penal de Libertad todos los meses cambiaba la guardia; venían de un cuartel distinto todos los meses. Cuando le tocaba al cuartel de Colonia ya todos los presos del país sabíamos que se endurecía la mano, en sanciones sin visita, sin recreo, y sanciones en "la isla", que era la sanción de aislamiento total.
– No. Sendic fue detenido en setiembre del '72. Nosotros no lo vimos. Además, esos tres meses, en esas condiciones, se nos terminan cuando vino el juez militar, en octubre de 1972. Cuando el juez militar nos hace firmar la misma declaración que ya habíamos firmado bajo tortura -con todo el circo mediante para darle una imagen jurídico militar- nos levantaron la incomunicación, pudimos ver a nuestros familiares cinco minutos cada uno, ese galpón se transformó en un galpón abierto, y esa "supervivencia" cambió: podíamos recibir comida de afuera, hacíamos quinta... En marzo del '73 cambia toda la oficialidad en el Batallón Nº 4 y empieza otra etapa, que yo no llegué a vivirla. Nosotros tuvimos alguna experiencia con el nueva comandante Soto, y su señora que también era militar, que entraban de noche, cuando estábamos durmiendo, y nos insultaban, pateaban los colchones, haciendo una especie de bravuconada que ya no asustaba a nadie. Eso fue lo que yo personalmente viví; la persona que estoy seguro que era la encargada de la tortura era Ernesto El Tordillo Rama, como tampoco tengo ninguna duda del resto de la oficialidad que en ese momento actuó: el capitán Bonjour, de Colonia; Emilio Álvarez, que le decían Cococho; Rabito Rivero, también de Colonia; Sosa, que también era oficial; y en cuanto a los médicos, yo sólo sabía que estaba el doctor (Eduardo) Solano y también había algún otro médico que ahora no recuerdo.
– ¿Cuál era el papel de los médicos del cuartel?
– El control del estado físico de los detenidos torturados.
– ¿También supervisaban la tortura?
– Los médicos por lo general no hablaban, y como uno estaba encapuchado..., simplemente con la cabeza decían que nos siguieran dando o no. Pero, esa era la función que cumplían: supervisar si algún torturado manifestaba algún síntoma que a ellos les parecía riesgoso...
– En aquella época, que todavía no era dictadura sino "estado de guerra interno", estando incomunicado, encapuchado y esposado en el cuartel, ¿qué esperabas que vendría después?
– Cuando hablamos de dictadura no tenemos que hablar de un cambio brusco, donde se pasa de blanco a negro. Fue un proceso. Las medidas prontas de seguridad arrancan en el año 1958, donde ya hubieron sindicalistas presos, con un gobierno blanco. Ahí se inventan esas "medidas". En el año '68, los funcionarios públicos tienen que ser algo así como reservistas del Ejército. Tuvimos que ir al cuartel y firmar como que estábamos a disposición si éramos agredidos desde el exterior. Ese año, cuando AEBU decretó un paro, vino el comandante del cuartel y nos dijo si éramos conscientes que nosotros, de a- cuerdo a las leyes, habiendo medidas prontas de seguridad no podíamos hacer paros. Hicimos el paro, y a todos los funcionarios bancarios oficiales del departamento nos llevaron al cuartel. Nos metieron en otro galpón, y a los de Colonia nos llevaban todos los días a trabajar, durante diez días. O sea que en 1968 ya detienen y encarcelan a trabajadores que hacen un paro. Ese fue, para mí, el primer escalón. Las medidas prontas de seguridad fueron una constante durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco, o sea que no podemos hablar de dictadura a partir del 27 de junio del '73. Tenemos que hablar de un proceso escalonado, donde no solamente se metía gente presa, sino que murieron estudiantes en la calle, y se sucedieron una serie de hechos que tienen esa fecha como algo casi simbólico. Porque antes de eso también hubieron muchas muertes, muchos torturados, muchos presos.
– Incluso se llegó a matar gente por tortura en el Batallón 4 de Colonia, Aldo Perrini por ejemplo...
– Sí, eso fue en el año '73, cuando yo ya estaba en el penal de Libertad.
– ¿En Libertad escuchaste comentarios de que el cuartel de Colonia era uno de los más jodidos del interior del país?
– Nosotros lo vivíamos; porque en el penal estábamos presos junto con compañeros que habían sido detenidos en todos los cuarteles del país. Por los relatos que nosotros recibíamos, no sé si era el primero -yo creo que era el primero-, pero sí uno de los tres más sádicos y sanguinarios en tortura. En el penal de Libertad todos los meses cambiaba la guardia; venían de un cuartel distinto todos los meses. Cuando le tocaba al cuartel de Colonia ya todos los presos del país sabíamos que se endurecía la mano, en sanciones sin visita, sin recreo, y sanciones en "la isla", que era la sanción de aislamiento total.
– ¿Qué era -concretamente- "la isla"?
– Era un cajón de cemento, sin luz natural, con una lamparita todo el día, sin agua, sin colchón. Estabas absolutamente solo las veinticuatro horas del día. Ahí se las "ingeniaron" para colgarse dos compañeros; muchos salieron con problemas psíquicos que les quedaron para el resto de su vida; era el elemento de tortura en el penal de Libertad. Y había un milico psicólogo, Brito de apellido, que era el que indicaba el tratamiento a los presos, el de generar una especie de inestabilidad emocional constante, de aflojar y apretar, de sancionar por guiñar el ojo en una fila o porque a algún milico no le gustó cómo te moviste o si te olvidaste de sacarte el gorro cuando andábamos en fila para comer, para el recreo...
– Era un cajón de cemento, sin luz natural, con una lamparita todo el día, sin agua, sin colchón. Estabas absolutamente solo las veinticuatro horas del día. Ahí se las "ingeniaron" para colgarse dos compañeros; muchos salieron con problemas psíquicos que les quedaron para el resto de su vida; era el elemento de tortura en el penal de Libertad. Y había un milico psicólogo, Brito de apellido, que era el que indicaba el tratamiento a los presos, el de generar una especie de inestabilidad emocional constante, de aflojar y apretar, de sancionar por guiñar el ojo en una fila o porque a algún milico no le gustó cómo te moviste o si te olvidaste de sacarte el gorro cuando andábamos en fila para comer, para el recreo...
– Y en el batallón de Colonia, ¿que era lo que más jodía, la tortura psicológica o la física?
– La física tenía un tiempo y un espacio. Hasta que el detenido aceptaba lo que ellos querían que aceptara era una tortura violenta y corta; entonces si uno se mentaliza capaz que la aguanta. El resto del tiempo que vivimos era una tortura más desgastante, más lenta, como aquella de la gota de agua arriba de la cabeza... Yo recuerdo que venía un milico y gritaba bien fuerte en el galpón: "¡detuvimos al hijo de fulano, a la mujer de mengano!". Me acuerdo de Cedrés, que fue profesor de UTU, que entró un milico y dijo "¡al hijo de Cedrés lo tenemos ahí, y a la mujer también!", y le dio como un ataque, y el hombre quedó mal de la cabeza; siendo que la mayoría de las veces era falso. Ese tipo de shock...
– La física tenía un tiempo y un espacio. Hasta que el detenido aceptaba lo que ellos querían que aceptara era una tortura violenta y corta; entonces si uno se mentaliza capaz que la aguanta. El resto del tiempo que vivimos era una tortura más desgastante, más lenta, como aquella de la gota de agua arriba de la cabeza... Yo recuerdo que venía un milico y gritaba bien fuerte en el galpón: "¡detuvimos al hijo de fulano, a la mujer de mengano!". Me acuerdo de Cedrés, que fue profesor de UTU, que entró un milico y dijo "¡al hijo de Cedrés lo tenemos ahí, y a la mujer también!", y le dio como un ataque, y el hombre quedó mal de la cabeza; siendo que la mayoría de las veces era falso. Ese tipo de shock...
– ¿Por qué sería el batallón de Colonia uno de los más sanguinarios?
– Yo creo que tiene mucho que ver Ernesto Rama. El comandante era un tal Silvera, que después lo sucucharon donde repartían los uniformes y la comida de los milicos, porque no agarraba la línea. Pero el que realmente mandaba era el Tordillo Rama.
– Yo creo que tiene mucho que ver Ernesto Rama. El comandante era un tal Silvera, que después lo sucucharon donde repartían los uniformes y la comida de los milicos, porque no agarraba la línea. Pero el que realmente mandaba era el Tordillo Rama.
– ¿O sea que ese sadismo no obedeció a ningún plan sistemático?
– Creería que se debió a la presencia de este individuo, que disfrutaba con torturar. Él integraba la Organización Comandos Antisubversivos (OCOA), un grupo que no respondía a los mandos naturales. El nombre de guerra era Oscar, y creo que Ernesto Rama era Oscar 1 u Oscar 2; y se ha dicho que era uno de los que cruzaba a la Argentina a actuar como comando. Podemos imaginarnos a qué. Debe tener mucho que ver con la muerte de Michelini y Gutiérrez Ruiz, y con otros muchos uruguayos.
– Creería que se debió a la presencia de este individuo, que disfrutaba con torturar. Él integraba la Organización Comandos Antisubversivos (OCOA), un grupo que no respondía a los mandos naturales. El nombre de guerra era Oscar, y creo que Ernesto Rama era Oscar 1 u Oscar 2; y se ha dicho que era uno de los que cruzaba a la Argentina a actuar como comando. Podemos imaginarnos a qué. Debe tener mucho que ver con la muerte de Michelini y Gutiérrez Ruiz, y con otros muchos uruguayos.
Ramón De Pizzol, coloniense
"Visca dijo: Denle más, que se hace el vivo"
– ¿Se puede decir que el Batallón 4 fue uno de los mayores centros de tortura del interior?
– En el penal de Libertad el 4 era uno de los que estaba... no sé si primero, pero andaba ahí, andaba muy arriba, eran bastante "groseros" en algunos aspectos, enfermizos incluso.
– ¿Habrá sido casual o premeditado que fuera así?
– Yo pienso que ha sido una cuestión premeditada, una orden dada por los mandos superiores, que en algunos casos -por la misma condición del torturador o de los que lo mandaban- podía ser hasta más grave todavía.
– ¿Cuándo te detuvieron?
– El 16 de octubre de 1973.
– Ya era dictadura; ¿sabés si recrudeció el trato a los detenidos con relación a los meses anteriores?
– Hasta esa fecha, del cuartel yo no conocía nada. Al único que conocía, porque lo veía cuando salía del banco, a las siete y cuarto, buscando unas damas en el Hotel Colonial, era a (Boscán) Hontou, en una camioneta que siempre estaba a contramano. Lo poco que conocía fue de cuando me llevaron detenido una semana, en el '69, cuando la huelga.
– En la última detención, en 1973, ¿cuánto estuviste en el cuartel antes de que te pasaran al penal de Libertad?
– Me llevaron preso en octubre del '73, y al penal me parece que fui en febrero del '74, más o menos.
– ¿Cómo era la vida en el batallón de Colonia?
– Tenía altibajos. Al principio lo que le llamaban "la máquina", la tortura, no tiene plazo. Desde que me llevaron, yo recién supe el día que era el 29 de octubre, a las cuatro de la tarde, cuando un soldado me lleva a bañar, y al verme los moretones que tenía me pregunta "oh, ¿qué le pasó"... "Me caí", le dije. La tortura era de todo tipo. Arrancaban con una tortura física, que era el plantón, donde yo estuve casi quince días sin dormir. Ahí se te pierde la cabeza, y es muy poco lo que puedo recordar de todos esos días. Y también hubieron otros hechos puntuales, muy desagradables, como el "tacho", el submarino.
– ¿Pasaste casi quince días sin dormir?
– Y sí...; no te dejaban. Los tipos te ponían en posición descanso, donde estabas parado con las piernas un poquito abiertas, siempre encapuchado, por supuesto. Entonces, después de cinco horas así, uno intenta buscar otra posición, moviendo de a muy poquito los pies, y ahí es donde a uno lo golpean. Además había otro dolor, que era el de las muñecas; porque yo soy de muñecas gruesas, y las esposas casi que no me cabían...
– ¿Llegaron a aplicarte el submarino?
– Sí, el submarino también.
– ¿Sólo de agua, o también de materia fecal?
– De agua sólo; del otro no. A mí me dieron como adentro de un gorro, y me dieron tacho más que a ninguno. Cuando te meten al tacho vos entrás en una especie de locura, te enajenás; pero fui muy resistente al tacho, tanto que podía escuchar la voz de un médico diciendo: "Denle más, que se hace el vivo". Te ataban en una tabla y te metían de cabeza en un tacho de Coca Cola.
– ¿Habrá sido casual o premeditado que fuera así?
– Yo pienso que ha sido una cuestión premeditada, una orden dada por los mandos superiores, que en algunos casos -por la misma condición del torturador o de los que lo mandaban- podía ser hasta más grave todavía.
– ¿Cuándo te detuvieron?
– El 16 de octubre de 1973.
– Ya era dictadura; ¿sabés si recrudeció el trato a los detenidos con relación a los meses anteriores?
– Hasta esa fecha, del cuartel yo no conocía nada. Al único que conocía, porque lo veía cuando salía del banco, a las siete y cuarto, buscando unas damas en el Hotel Colonial, era a (Boscán) Hontou, en una camioneta que siempre estaba a contramano. Lo poco que conocía fue de cuando me llevaron detenido una semana, en el '69, cuando la huelga.
– En la última detención, en 1973, ¿cuánto estuviste en el cuartel antes de que te pasaran al penal de Libertad?
– Me llevaron preso en octubre del '73, y al penal me parece que fui en febrero del '74, más o menos.
– ¿Cómo era la vida en el batallón de Colonia?
– Tenía altibajos. Al principio lo que le llamaban "la máquina", la tortura, no tiene plazo. Desde que me llevaron, yo recién supe el día que era el 29 de octubre, a las cuatro de la tarde, cuando un soldado me lleva a bañar, y al verme los moretones que tenía me pregunta "oh, ¿qué le pasó"... "Me caí", le dije. La tortura era de todo tipo. Arrancaban con una tortura física, que era el plantón, donde yo estuve casi quince días sin dormir. Ahí se te pierde la cabeza, y es muy poco lo que puedo recordar de todos esos días. Y también hubieron otros hechos puntuales, muy desagradables, como el "tacho", el submarino.
– ¿Pasaste casi quince días sin dormir?
– Y sí...; no te dejaban. Los tipos te ponían en posición descanso, donde estabas parado con las piernas un poquito abiertas, siempre encapuchado, por supuesto. Entonces, después de cinco horas así, uno intenta buscar otra posición, moviendo de a muy poquito los pies, y ahí es donde a uno lo golpean. Además había otro dolor, que era el de las muñecas; porque yo soy de muñecas gruesas, y las esposas casi que no me cabían...
– ¿Llegaron a aplicarte el submarino?
– Sí, el submarino también.
– ¿Sólo de agua, o también de materia fecal?
– De agua sólo; del otro no. A mí me dieron como adentro de un gorro, y me dieron tacho más que a ninguno. Cuando te meten al tacho vos entrás en una especie de locura, te enajenás; pero fui muy resistente al tacho, tanto que podía escuchar la voz de un médico diciendo: "Denle más, que se hace el vivo". Te ataban en una tabla y te metían de cabeza en un tacho de Coca Cola.
– ¿Cuánto tiempo duraban esas sesiones de tacho?
– Eran horas o minutos; uno no puede acordarse de eso porque pierde totalmente la noción del tiempo.
– Eran horas o minutos; uno no puede acordarse de eso porque pierde totalmente la noción del tiempo.
– Y te dejaban adentro hasta que no dieras más...
– Hasta que alguien daba la orden de que te sacaran. Y ahí yo pensé, tres o cuatro veces, que la quedaba.
– ¿Siempre había un médico militar presente?
– Siempre. En ese tipo de tortura siempre había alguien que hubiera hecho el juramento "hipócrita", aunque por más que fueran doctores en medicina nadie puede saber cuánto carajo bancás vos adentro... Y entiendo que en muchos casos, cuando la quedaron o cuando murieron, fue porque hubo una "mala praxis", con lo que te estoy diciendo que hubo médicos metidos en el tema.
– Hasta que alguien daba la orden de que te sacaran. Y ahí yo pensé, tres o cuatro veces, que la quedaba.
– ¿Siempre había un médico militar presente?
– Siempre. En ese tipo de tortura siempre había alguien que hubiera hecho el juramento "hipócrita", aunque por más que fueran doctores en medicina nadie puede saber cuánto carajo bancás vos adentro... Y entiendo que en muchos casos, cuando la quedaron o cuando murieron, fue porque hubo una "mala praxis", con lo que te estoy diciendo que hubo médicos metidos en el tema.
– ¿Llegaste a reconocer a alguno de esos médicos torturadores, aunque más no fuera por la voz?
– A uno sí: Eugenio Visca. Ese fue el que dijo "Denle más, que se hace el vivo". Así fue lo que dijo Visca. Luego me pasan para el penal de Libertad. Y después que ...... cantó a todos los de Carmelo y a un montón de gente, me traen otra vez para el cuartel de Colonia. Y cuando volví al penal, un compañero que tenía a la mujer presa acá, me pregunta cómo estaba la cosa. Yo le mentí, groseramente, y le dije que estaban a media máquina. Y al otro día nos enteramos que había muerto (Aldo) Perrini, a quien yo no conocí, y lo único que sabía de él era que era de Carmelo.
– Pero sí sabés que lo mataron en la tortura, en el batallón de Colonia...
– Lo mataron en el batallón y a la familia le entregaron el féretro sellado. Y no tengo duda de que murió en la tortura.
– ¿En algún momento llegaste a verle la cara a algún jerarca del cuartel?
– Al único que vi fue a Bonjour (de Colonia), porque una vez me interrogó.
– ¿Lo viste pegarte?
– No. Pero yo supongo que si me pegaban, alguien lo ordenaba. Y si Bonjour fue al oficial que me llevaron, que estaba mandando en ese momento, supongo yo que sería él que lo mandaba... No entiendo mucho esa cuestión del "organigrama" militar...
– ¿Sentiste torturar a otra gente?
– Y sí. Acá en el cuartel fue una cosa espantosa cuando te dejan de torturar y estás acostado en un colchón escuchando que están torturando a la gente, que además la conocés, sentís las voces. Y eso no sé si no es peor que cuando te la dan a vos. Un día estaba durmiendo, por los gritos me despierto, y a un preso le estaban dando de todos lados porque querían ubicar la casa de una mujer que yo conocía, una amiga mía, y al tipo no le salía la ubicación de la casa, entonces le daban y le daban. Y yo, así, sintiendo eso y recién despertado, casi se me da por decir ¡en tal lugar! Menos mal que me callé.
– ¿En el penal de Libertad sentiste algún comentario de gente que hubiera pasado por la picana eléctrica en el cuartel de Colonia?
– No. No toda la gente contaba algo. Los presos hablábamos poco de materias personales, no sé si por seguridad personal o si para no comprometer. En mi caso, quería saber lo menos posible. – ¿Qué pasaba cuando llegaba la guardia de Colonia a Libertad?
– La guardia en el penal se cambiaba cada quince días, se iban turnando. Había guardias más livianas y guardias más pesadas. La de Colonia era de las pesadas. Era dura. Era de las que más apretaban.
– ¿Qué sentís cuando pasás ahora por el batallón 4?
– Ahora no siento más que un poco de bronca. Pero cuando salí del penal, por cuatro años hacía igual setenta y cuatro cuadras por no pasar por el cuartel. No podía pasar por ahí. Y vamos a no hacernos los valientes ni los corajudos, porque el tipo no sabe quién es hasta que le pasan las cosas. El terror es una cosa que se te mete en la sangre. Yo salgo en el '77, y por cuatro años no hablé con nadie, saludaba de lejos a los amigos, no fui a ningún asado; no quería ni mancharlo ni mancharme. Tenía pánico.
– ¿Ese mismo pánico fue el que llevó a la gente a votar en favor de la ley de impunidad?
– Lo mataron en el batallón y a la familia le entregaron el féretro sellado. Y no tengo duda de que murió en la tortura.
– ¿En algún momento llegaste a verle la cara a algún jerarca del cuartel?
– Al único que vi fue a Bonjour (de Colonia), porque una vez me interrogó.
– ¿Lo viste pegarte?
– No. Pero yo supongo que si me pegaban, alguien lo ordenaba. Y si Bonjour fue al oficial que me llevaron, que estaba mandando en ese momento, supongo yo que sería él que lo mandaba... No entiendo mucho esa cuestión del "organigrama" militar...
– ¿Sentiste torturar a otra gente?
– Y sí. Acá en el cuartel fue una cosa espantosa cuando te dejan de torturar y estás acostado en un colchón escuchando que están torturando a la gente, que además la conocés, sentís las voces. Y eso no sé si no es peor que cuando te la dan a vos. Un día estaba durmiendo, por los gritos me despierto, y a un preso le estaban dando de todos lados porque querían ubicar la casa de una mujer que yo conocía, una amiga mía, y al tipo no le salía la ubicación de la casa, entonces le daban y le daban. Y yo, así, sintiendo eso y recién despertado, casi se me da por decir ¡en tal lugar! Menos mal que me callé.
– ¿En el penal de Libertad sentiste algún comentario de gente que hubiera pasado por la picana eléctrica en el cuartel de Colonia?
– No. No toda la gente contaba algo. Los presos hablábamos poco de materias personales, no sé si por seguridad personal o si para no comprometer. En mi caso, quería saber lo menos posible. – ¿Qué pasaba cuando llegaba la guardia de Colonia a Libertad?
– La guardia en el penal se cambiaba cada quince días, se iban turnando. Había guardias más livianas y guardias más pesadas. La de Colonia era de las pesadas. Era dura. Era de las que más apretaban.
– ¿Qué sentís cuando pasás ahora por el batallón 4?
– Ahora no siento más que un poco de bronca. Pero cuando salí del penal, por cuatro años hacía igual setenta y cuatro cuadras por no pasar por el cuartel. No podía pasar por ahí. Y vamos a no hacernos los valientes ni los corajudos, porque el tipo no sabe quién es hasta que le pasan las cosas. El terror es una cosa que se te mete en la sangre. Yo salgo en el '77, y por cuatro años no hablé con nadie, saludaba de lejos a los amigos, no fui a ningún asado; no quería ni mancharlo ni mancharme. Tenía pánico.
– ¿Ese mismo pánico fue el que llevó a la gente a votar en favor de la ley de impunidad?
– Sí. El plebiscito por la famosa ley de caducidad se votó a favor por el terror de la gente. El tema está en que no es tanto el individuo en sí, pero ¿qué pasa con la mujer del tipo, con los hijos, qué pasa con los comentarios que había en la dictadura de que a todos nos "limpiaban" en Libertad? Esa ley la votó la gente de cagazo...
– ¿Ese miedo sigue todavía?
– Yo no lo tengo; pero el pueblo, en general, está muy desinformado.
– ¿Qué pasaría si hoy se llama a otro plebiscito sobre esa ley?
– Bueno... Yo creo que en este momento desaparecería, ¿no?
– ¿Ese miedo sigue todavía?
– Yo no lo tengo; pero el pueblo, en general, está muy desinformado.
– ¿Qué pasaría si hoy se llama a otro plebiscito sobre esa ley?
– Bueno... Yo creo que en este momento desaparecería, ¿no?
Jorge Ferrari, carmelitano
"Me dieron picana eléctrica en Colonia"
– Comencemos por tus datos.
– Nací en Nueva Palmira, pero a los tres meses mis padres se trasladaron a Carmelo, así que más bien soy carmelitano. Ahí viví hasta los 25 años. Ahora vivo en Montevideo.
– ¿Durante la juventud participaste, en Carmelo, en algún movimiento partidario o gremial?
– Desde los 14 años, a nivel gremial estudiantil, en el Centro Estudiantil de Carmelo, donde yo era secretario cuando vino el golpe de estado. Muchos de los integrantes del Centro pasamos a ser detenidos políticos.
– ¿Qué edad tenías cuando el golpe de estado?
– 18 años. Hoy que tengo tres hijos, que felizmente también están comprometidos a nivel gremial estudiantil y partidario, uno se hace la idea de lo que fue haber pasado por las mazmorras de un infierno a los 18 años, algo que te marca para toda la vida y que también te deja secuelas que uno sigue arrastrando. Por eso no quisiera que esos horrores se repitan, pero lamentablemente las violaciones a los derechos humanos siguen cometiéndose en Uruguay. La impunidad sigue.
– O sea que sos del mismo pueblo que Aldo Perrini, asesinado en el batallón 4 de Colonia...
– Sí. Chiquito Perrini es un compañero que fue detenido con nosotros, el 5 de febrero del '74, con muchos compañeros de Carmelo: Perrini, José Valenti, días antes Román Chipolini, el Pucho Martínez, Ana Telma Delpratti...
– ¿Qué recordás de la muerte de Perrini a manos militares?
– A los pocos días de ser detenido se ensañaron con este compañero en las prácticas de la tortura, hasta que cayó muerto por la tortura.
– Hablamos de tortura y muerte en el cuartel de Colonia...
– Sí. Los primeros días pasamos por un régimen atroz de tortura. Recuerdo que los torturadores se ensañaron fundamentalmente con dos personas: uno el Chiquito y el otro Pacheco Oroná, que era un contrabandista de botellas, cuando en nuestro pueblo se contrabandeaba la ginebra. A Pacheco lo confundieron con otro del mismo apellido que -según los milicos- había trasladado gente para la otra orilla. A Perrini no lo pude ver porque estábamos encapuchados y esposa- dos, pero sí lo sentíamos. Él vendía helados en Carmelo, entonces para identificarse gritaba "¡helados, helados!". Estaba totalmente quebrado, golpeado, y seguían ensañándose con él. Un día no lo escuchamos más. Era un padre de familia, con dos hermosos gurises, un matrimonio joven…
– ¿Qué viviste en Colonia?
– Pasé por toda clase de tortura: picana, tacho, potro, lo único que les faltó fue violarnos, pero también sufrimos la tortura psicológica cuando sentíamos el pedido de clemencia de las compañeras para que no fueran llevadas nuevamente a salas de tortura o que pasaran por violación. A raíz de todo eso tengo trasplantes en el oído izquierdo medio, debido a las torturas con picana eléctrica; y hace pocos días me dieron de alta del Hospital de Clínicas, donde me sacaron un quiste en el testículo izquierdo; también tengo otro en el testículo derecho; todos los órganos genitales los tengo afectados; y las secuelas psicológicas...
– ¿Llegaste a identificar a alguno de los torturadores?
– En un momento, en una de las salas de tortura, el torturador me saca la venda. Lo que recuerdo es un apodo que él usaba: La Bruja o La Brujita. Llegaba a nuestras barracas y se jactaba diciendo: "¡Llegó La Brujita ; apróntense!", que sería el que comandaría la tortura, aunque no era él solo.
– También había médicos militares en esas torturas.
– Sí. Había dos médicos, los dos de Colonia. Uno de ellos era (Eduardo) Solano; del otro no me acuerdo el nombre. Eran médicos militares y supervisaban la tortura.
– ¿A Solano llegaste a verlo en la tortura?
– No, porque estábamos encapuchados. Lo vi en la enfermería cuando me fracturaron tres costillas, me fajaron, y él dijo "ya pueden seguir". Y fui trasladado a un barracón, donde seguí con un régimen de tortura.
– ¿Fue el médico quien ordenó que te siguieran torturando?
– Yo lo entiendo de esa manera.
– ¿Cómo recibís que ahora, un gobierno que se dice de izquierda, le pida informaciones a los propios violadores de los derechos humanos? ¿Cómo interpretás que en este Uruguay de hoy se siga respetando la impunidad de esos represores, aplicando apenas el artículo 4º de la ley de caducidad? ¿Cómo entendés que el gobierno continúe ascendiendo a esos violadores a los principales puestos del poder real?
– Es un gran dolor por los que ya no están con nosotros. Eran nuestros hermanos, nuestros padres, nuestros hijos los que ya no están. Nos duele mucho que se siga ascendiendo a quienes están involucrados y denunciados por violaciones a los derechos humanos, como Arab, Serrón, Guarino, Rolán, Ruiz... Nos duele que queden impunes declaraciones como las de Lebel, justificando que en los interrogatorios se tenían que implementar los métodos de tortura para sacarles información a los detenidos. El caso de Roberto Rivero, en Colonia, que ejerció en Carmelo, y que se había ensañado con dos curas gauchos: Juan José Ramilo y Mario Guerriero, curas muy jugados en la denuncia a los atropellos que se cometían; la persecución que le hizo Rivero a Ramilo en Carmelo, en Colonia, en Nueva Helvecia...
– Nací en Nueva Palmira, pero a los tres meses mis padres se trasladaron a Carmelo, así que más bien soy carmelitano. Ahí viví hasta los 25 años. Ahora vivo en Montevideo.
– ¿Durante la juventud participaste, en Carmelo, en algún movimiento partidario o gremial?
– Desde los 14 años, a nivel gremial estudiantil, en el Centro Estudiantil de Carmelo, donde yo era secretario cuando vino el golpe de estado. Muchos de los integrantes del Centro pasamos a ser detenidos políticos.
– ¿Qué edad tenías cuando el golpe de estado?
– 18 años. Hoy que tengo tres hijos, que felizmente también están comprometidos a nivel gremial estudiantil y partidario, uno se hace la idea de lo que fue haber pasado por las mazmorras de un infierno a los 18 años, algo que te marca para toda la vida y que también te deja secuelas que uno sigue arrastrando. Por eso no quisiera que esos horrores se repitan, pero lamentablemente las violaciones a los derechos humanos siguen cometiéndose en Uruguay. La impunidad sigue.
– O sea que sos del mismo pueblo que Aldo Perrini, asesinado en el batallón 4 de Colonia...
– Sí. Chiquito Perrini es un compañero que fue detenido con nosotros, el 5 de febrero del '74, con muchos compañeros de Carmelo: Perrini, José Valenti, días antes Román Chipolini, el Pucho Martínez, Ana Telma Delpratti...
– ¿Qué recordás de la muerte de Perrini a manos militares?
– A los pocos días de ser detenido se ensañaron con este compañero en las prácticas de la tortura, hasta que cayó muerto por la tortura.
– Hablamos de tortura y muerte en el cuartel de Colonia...
– Sí. Los primeros días pasamos por un régimen atroz de tortura. Recuerdo que los torturadores se ensañaron fundamentalmente con dos personas: uno el Chiquito y el otro Pacheco Oroná, que era un contrabandista de botellas, cuando en nuestro pueblo se contrabandeaba la ginebra. A Pacheco lo confundieron con otro del mismo apellido que -según los milicos- había trasladado gente para la otra orilla. A Perrini no lo pude ver porque estábamos encapuchados y esposa- dos, pero sí lo sentíamos. Él vendía helados en Carmelo, entonces para identificarse gritaba "¡helados, helados!". Estaba totalmente quebrado, golpeado, y seguían ensañándose con él. Un día no lo escuchamos más. Era un padre de familia, con dos hermosos gurises, un matrimonio joven…
– ¿Qué viviste en Colonia?
– Pasé por toda clase de tortura: picana, tacho, potro, lo único que les faltó fue violarnos, pero también sufrimos la tortura psicológica cuando sentíamos el pedido de clemencia de las compañeras para que no fueran llevadas nuevamente a salas de tortura o que pasaran por violación. A raíz de todo eso tengo trasplantes en el oído izquierdo medio, debido a las torturas con picana eléctrica; y hace pocos días me dieron de alta del Hospital de Clínicas, donde me sacaron un quiste en el testículo izquierdo; también tengo otro en el testículo derecho; todos los órganos genitales los tengo afectados; y las secuelas psicológicas...
– ¿Llegaste a identificar a alguno de los torturadores?
– En un momento, en una de las salas de tortura, el torturador me saca la venda. Lo que recuerdo es un apodo que él usaba: La Bruja o La Brujita. Llegaba a nuestras barracas y se jactaba diciendo: "¡Llegó La Brujita ; apróntense!", que sería el que comandaría la tortura, aunque no era él solo.
– También había médicos militares en esas torturas.
– Sí. Había dos médicos, los dos de Colonia. Uno de ellos era (Eduardo) Solano; del otro no me acuerdo el nombre. Eran médicos militares y supervisaban la tortura.
– ¿A Solano llegaste a verlo en la tortura?
– No, porque estábamos encapuchados. Lo vi en la enfermería cuando me fracturaron tres costillas, me fajaron, y él dijo "ya pueden seguir". Y fui trasladado a un barracón, donde seguí con un régimen de tortura.
– ¿Fue el médico quien ordenó que te siguieran torturando?
– Yo lo entiendo de esa manera.
– ¿Cómo recibís que ahora, un gobierno que se dice de izquierda, le pida informaciones a los propios violadores de los derechos humanos? ¿Cómo interpretás que en este Uruguay de hoy se siga respetando la impunidad de esos represores, aplicando apenas el artículo 4º de la ley de caducidad? ¿Cómo entendés que el gobierno continúe ascendiendo a esos violadores a los principales puestos del poder real?
– Es un gran dolor por los que ya no están con nosotros. Eran nuestros hermanos, nuestros padres, nuestros hijos los que ya no están. Nos duele mucho que se siga ascendiendo a quienes están involucrados y denunciados por violaciones a los derechos humanos, como Arab, Serrón, Guarino, Rolán, Ruiz... Nos duele que queden impunes declaraciones como las de Lebel, justificando que en los interrogatorios se tenían que implementar los métodos de tortura para sacarles información a los detenidos. El caso de Roberto Rivero, en Colonia, que ejerció en Carmelo, y que se había ensañado con dos curas gauchos: Juan José Ramilo y Mario Guerriero, curas muy jugados en la denuncia a los atropellos que se cometían; la persecución que le hizo Rivero a Ramilo en Carmelo, en Colonia, en Nueva Helvecia...
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