“Hay que perseguir siempre la unidad, mantener la libertad de opinión y dar lugar a que las minorías existan y disientan, entre otras cosas porque la minoría te puede enseñar la cagada que vos no estás viendo. La unidad de acción no puede querer decir unidad de opinión”.
José “Pepe” Mujica
(semanario Brecha, noviembre 2004)
Hay momentos propicios para decir basta y bajar la cortina, pero también otros momentos –de tolerancia casi pedagógica– donde ocupar tiempo y página en aclarar ciertas premisas fundamentales a todo aquel que por exacerbado exitismo o mala memoria no logre comprender por sí solo algunos asuntos que se caen de maduros.
Y explicar no es lo mismo que recular, tampoco en este caso, sino más bien todo lo contrario.
Hay quienes acusan a nuestra publicación de prédica antifrenteamplista.
En ausencia y en presencia, en silencio y en alta voz se nos señala, omitiéndonos.
Se nos critica desde haber renunciado a esos ideales (o al menos al medio para lograr alcanzarlos) hasta de “hacerle el juego a la derecha”.
Se equivocan, y mucho nos lastima que su falta de información los lleve a pifiar tan fiero, aunque entre diez, uno pueda llegar con propósito a tal descalificación.
Nuestro instrumento político partidario (que no es el único) para aspirar a la igualdad social, a la equidad económica, a la dignidad humana, siempre ha sido –y sigue siéndolo– de la más absoluta médula frenteamplista, desde esa ética, postura y filosofía de vida defendida en más de treinta años de lucha por lo que siempre hemos creído de justicia conquistar.
Quede ello claro de una vez y para siempre.
Quede también claro que lo que sí pueden existir son diferencias de conceptos, como las hay dentro de la misma coalición que obtuvo más del 50% de los votos. Y obsecado y terco sería negarlo o impedir que otros lo expresemos.
Desde esa historia compartida con tantos compañeros de pegatinas, volanteadas, discusiones, charlas fraternas, luchas comunes, plenarios y comiteses, es que nos arrogamos el derecho de considerar al "progresismo" como una etapa previa a la idea de "izquierda", y no a la inversa.
Antes de considerarse uno "izquierdista" (y lo hemos vivido en carne propia, desde que empezamos a interesarnos en política), es de elemental y natural progresión humana e histórica que uno se considere primero "progresista", que se sienta "inquietado" y "llamado" por esa "intención de mundo", y no a la inversa.
Es así que en el Frente Amplio-Encuentro Progresista-Nueva Mayoría (en ese orden histórico) coexiste una alianza de militantes, dirigentes y votantes (en ese orden jerárquico) de izquierda, y otros que todavía no lo son; que ojalá mañana lo sean, pero que hoy entraron con una llave menos orgánica, que no abre esa puerta ideológica.
No estamos haciendo "antifrenteamplismo" con esta básica y perogrullesca definición archisabida, sino frenteamplismo del más puro.
Por eso entendemos que no a muchos les resulte medianamente fácil trasmutarse de opositor en oficialista, si a resultado electoral nos referimos ,y asumir ese necesario oficialismo crítico que propicie el crecimiento y la maduración de la idea y las acciones.
Muchas fueron las derrotas que tuvimos que afrontar en más de tres décadas para llegar a este resultado del 31 de octubre, que debe ser de triunfo popular, que debe construirse como tal. Quizás por eso aparecen de pronto ciertas actitudes intolerantes.
Probemos verlo entonces desde otro ángulo más visceral, pero igualmente político. Cuando juega la selección uruguaya de fútbol (incluso la tercerizada a Ténfield) todos nos ponemos "la celeste" y vibramos y aplaudimos y gritamos y cuestionamos y maldecimos a lo largo y ancho del partido. Ninguno de nosotros clandestinea el ánimo de que la selección pierda, sino que lo que realmente queremos es que juegue bien y gane mejor, que clasifique y obtenga el campeonato, sea cual fuere.
Y en política ocurre lo mismo.
Tenemos sobrada experiencia en sucesivísimos gobiernos incapaces y corruptos, a cargo de los llamados partidos tradicionales, como también vivenciamos y aprendimos en la sanguinaria gestión represiva dictatorial.
Es por todo ello que nos afanamos en que el próximo gobierno nacional sea muy distinto a todo lo que ha sido. Porque en él no sólo se juega el presente sino también –y sobre todo– el posible futuro que podamos forjar hacia un socialismo auténtico y digno, que no es el sistema que se plantea en esta primera instancia, porque ni el mismo grueso de la población estaría dispuesto a apoyar tal cambio radical.
Eso lo entendemos. No somos obsecados. Pero tampoco abandonamos aquella autocrítica permanente (que aprendimos en los comités) para tener muy en claro quién es y de qué lado está el enemigo real. Ese enemigo que no se expresa precisamente a través de estas páginas. Aunque no por ello nos volveremos complacientes a todo, ni habremos de renunciar o hipotecar nuestra más absoluta independencia profesional, remarcando cada logro y subrayando cada error o traspié de este nuevo y policlasista gobierno progresista, con el mismo grosor del lápiz en cada uno de esos trazos.
José “Pepe” Mujica
(semanario Brecha, noviembre 2004)
Hay momentos propicios para decir basta y bajar la cortina, pero también otros momentos –de tolerancia casi pedagógica– donde ocupar tiempo y página en aclarar ciertas premisas fundamentales a todo aquel que por exacerbado exitismo o mala memoria no logre comprender por sí solo algunos asuntos que se caen de maduros.
Y explicar no es lo mismo que recular, tampoco en este caso, sino más bien todo lo contrario.
Hay quienes acusan a nuestra publicación de prédica antifrenteamplista.
En ausencia y en presencia, en silencio y en alta voz se nos señala, omitiéndonos.
Se nos critica desde haber renunciado a esos ideales (o al menos al medio para lograr alcanzarlos) hasta de “hacerle el juego a la derecha”.
Se equivocan, y mucho nos lastima que su falta de información los lleve a pifiar tan fiero, aunque entre diez, uno pueda llegar con propósito a tal descalificación.
Nuestro instrumento político partidario (que no es el único) para aspirar a la igualdad social, a la equidad económica, a la dignidad humana, siempre ha sido –y sigue siéndolo– de la más absoluta médula frenteamplista, desde esa ética, postura y filosofía de vida defendida en más de treinta años de lucha por lo que siempre hemos creído de justicia conquistar.
Quede ello claro de una vez y para siempre.
Quede también claro que lo que sí pueden existir son diferencias de conceptos, como las hay dentro de la misma coalición que obtuvo más del 50% de los votos. Y obsecado y terco sería negarlo o impedir que otros lo expresemos.
Desde esa historia compartida con tantos compañeros de pegatinas, volanteadas, discusiones, charlas fraternas, luchas comunes, plenarios y comiteses, es que nos arrogamos el derecho de considerar al "progresismo" como una etapa previa a la idea de "izquierda", y no a la inversa.
Antes de considerarse uno "izquierdista" (y lo hemos vivido en carne propia, desde que empezamos a interesarnos en política), es de elemental y natural progresión humana e histórica que uno se considere primero "progresista", que se sienta "inquietado" y "llamado" por esa "intención de mundo", y no a la inversa.
Es así que en el Frente Amplio-Encuentro Progresista-Nueva Mayoría (en ese orden histórico) coexiste una alianza de militantes, dirigentes y votantes (en ese orden jerárquico) de izquierda, y otros que todavía no lo son; que ojalá mañana lo sean, pero que hoy entraron con una llave menos orgánica, que no abre esa puerta ideológica.
No estamos haciendo "antifrenteamplismo" con esta básica y perogrullesca definición archisabida, sino frenteamplismo del más puro.
Por eso entendemos que no a muchos les resulte medianamente fácil trasmutarse de opositor en oficialista, si a resultado electoral nos referimos ,y asumir ese necesario oficialismo crítico que propicie el crecimiento y la maduración de la idea y las acciones.
Muchas fueron las derrotas que tuvimos que afrontar en más de tres décadas para llegar a este resultado del 31 de octubre, que debe ser de triunfo popular, que debe construirse como tal. Quizás por eso aparecen de pronto ciertas actitudes intolerantes.
Probemos verlo entonces desde otro ángulo más visceral, pero igualmente político. Cuando juega la selección uruguaya de fútbol (incluso la tercerizada a Ténfield) todos nos ponemos "la celeste" y vibramos y aplaudimos y gritamos y cuestionamos y maldecimos a lo largo y ancho del partido. Ninguno de nosotros clandestinea el ánimo de que la selección pierda, sino que lo que realmente queremos es que juegue bien y gane mejor, que clasifique y obtenga el campeonato, sea cual fuere.
Y en política ocurre lo mismo.
Tenemos sobrada experiencia en sucesivísimos gobiernos incapaces y corruptos, a cargo de los llamados partidos tradicionales, como también vivenciamos y aprendimos en la sanguinaria gestión represiva dictatorial.
Es por todo ello que nos afanamos en que el próximo gobierno nacional sea muy distinto a todo lo que ha sido. Porque en él no sólo se juega el presente sino también –y sobre todo– el posible futuro que podamos forjar hacia un socialismo auténtico y digno, que no es el sistema que se plantea en esta primera instancia, porque ni el mismo grueso de la población estaría dispuesto a apoyar tal cambio radical.
Eso lo entendemos. No somos obsecados. Pero tampoco abandonamos aquella autocrítica permanente (que aprendimos en los comités) para tener muy en claro quién es y de qué lado está el enemigo real. Ese enemigo que no se expresa precisamente a través de estas páginas. Aunque no por ello nos volveremos complacientes a todo, ni habremos de renunciar o hipotecar nuestra más absoluta independencia profesional, remarcando cada logro y subrayando cada error o traspié de este nuevo y policlasista gobierno progresista, con el mismo grosor del lápiz en cada uno de esos trazos.
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