Sosteniendo la Pared, 27 de octubre 2012

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Entrevista en Poder Ciudadano, Canal 5 TNU, 22.9.2011 (primera parte)

Entrevista en Poder Ciudadano, Canal 5 TNU, 22.9.2011 (segunda parte)

Caso Trigo (en Cámara Testigo, 9 de mayo 2011)

domingo, 6 de enero de 2008

De Aznar muriendo


“Ya vengo malherido de mil dolores,
del ahogo de muerte que nos circunda.
Este dolor hoy se llama Madrid, Atocha,
retorcido entre rieles y desgarrados ayes.
Yo sé quién empuñó primero la guadaña,
sé quién se ceba en los pueblos con tanta saña
y la fiebre bestial que lo empuja.
El llanto del verdugo ya no me engaña.
Y sé que los que mueren son siempre pobres.
En Palestina, en Kabul, en Bagdad,
en África, América y España”.
Rafael Amor.

Fue un 11 de marzo de 2004, y fue a las ocho menos cuarto de la mañana, y fue a dos exactos años y medio del terror en Nueva York, a casi un año del inicio de la invasión aliada yanqui a Irak, y a tres justos días de que se habilitaran en España las urnas electorales.
Los que viajaban en los trenes que explotaron, la sangre de los que volaron desde los trenes en la estación de Atocha, no fue de mandatarios, no del que se autorreparte la torta o la comparte con sus amigospatrones del furor imperialista. Fue de laburantes, de estudiantes, de pobres, de inmigrantes legales e ilegales, de los que viajan en los trenes.
Las vísceras esparcidas por los durmientes no fueron las de los declaraguerras, no las de los arrancavísceras iraquíes, haitianas, palestinas, africanas, latinoamericanas en su conjunto, hoy o ayer.
No fueron los cráneos rotos los de los que por siempre mal albergaron malas conciencias.
No cayó en la volteada ningún Blair, ningún Bush, ningún Aznar. Si eran simples González, Gómez y Rodríguez, deteniendo el reloj para no llegar tarde.
Y el reloj se les detuvo para siempre de un bombazo, o de cinco o de diez o de más.
Desde el primer instante, tres días previos a las elecciones, el gobierno español necesitó culpables y señaló a sus por siempre enemigos, los terroristas..., una raza execrable, condenable desde cualquier punto de la humanidad posible, asquerosa, repugnante, oprobiosa, hijaputeable.
Setenta y dos horas antes de los comicios bien convenía que fuera la ETA, y así lo fue para el gobierno español, aunque todo indicó luego que habrían resultado ser los religiosos islamitas de Al Qaeda, o quienes hubieran sido en realidad.
Mal anduvieron los gobernantes levantando baldosas y rieles para adjudicar responsabilidades sobre el crimen, cuando desde el primer estallido todos supimos que el verdadero culpable había sido el gobierno español. También el terrorismo, que fue la mano ejecutora de tanta muerte, pero ¿acaso apoyar una guerra no es también una actitud terrorista?, ¿no es también terrorismo caerles de golpe y desde el cielo a centenares de poblaciones inocentes y completamente desarmadas bajo las bombas inteligentes?
¿Quién pone en duda que el principal responsable por la masacre de Atocha fue el propio entonces presidente José María Aznar, fiel alumno y ejemplar seguidor de aquel otro genocida español Francisco Franco? El mismo que aquel domingo perdía en las urnas con su Partido Popular, ese que demasiado poco de ídem ha tenido durante su xenofóbica administración.
Pero el que pagó los platos rotos en Irak fue otro en España.
Casi 200 muertos con sus familias y amigos, unos 1.500 heridos y el terror que invadió a 40 millones de españoles. Porque los terroristas habían amenazado continuar sus atentados contra los yanquialiados y sus socios menores. Y podrían seguir por cualquier parte donde los seguidores de Bin Laden, aquel dilecto amigo de Bush, consideraran atacadas sus cuestionables interpretaciones prácticas de los principios del Islam.
También el gobierno pagó, pero su cuota de pago fue muchísimo menor: perdió las elecciones, quizás por buena parte de voto castigo, y en su lugar asumieron los “socialistas a la europea” del PSOE. Ahí la muerte fue en las urnas, pero no en las que llevan las cenizas de todos los muertos a manos del servilismo local frente a la mayor potencia imperial.
No estaban los gobernantes en los trenes, como tampoco lo estaban en las Torres Gemelas.
Estaban otros, esos por siempre carne de cañón de cuanto conflicto propio o ajeno provocan en el mundo quienes ostentan el poder real.
Y en Uruguay... En Uruguay flamearon todas las banderas a media asta por tres días.
Fueron las mismas banderas que siguieron a lo alto y sin duelo cuando se inició la invasión armada a Irak, a Afganistán, a Granada, cuando la guerra del Golfo, cuando los gurises de Biafra o de Artigas se morían (mueren) por desnutrición, cuando el imperialismo asentó su bota en todos los países latinoamericanos con tutela extranjera, cuando se decretó el boicot a Cuba, cuando se apoyó el por suerte frustrado golpe “clasista” en Venezuela, cuando pasó lo de Panamá, lo de Haití, cuando, cuando, cuando...
Porque por este mundo y estos tiempos, los genocidas suelen pagar así: a lo sumo con elecciones perdidas, que luego recuperarán, y con muertes de esa gente para la que nunca jamás gobernaron ni gobernarán.

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