“Soy de una generación
hambrienta, desprovista.
Ando, busco la caricia,
el roce, para repartir
a manos enteramente llenas
de vidrio picado.”
Eduardo Darnauchans
No me di cuenta hasta que volví a escuchar al Darno, que hoy se debate entre el presente incierto de una clínica privada, hambriento, desprovisto, y la quizás vida posible afuera de los muros de la alocada intemperie del propio dentro suyo, débil, enfermizo, tierno y desguarecido.
Hay una generación perdida en mi país, que puede ser la mía, una generación perdida que al menos se perteneció a sí misma alguna vez.
La que no tuvo pertenencia alguna, cuentan los antropólogos que puede haber existido, que están en eso, que quién sabe, que se verá.
La mía, la que quedó apretada en un almanaque descuartizado entre dos fuerzas opuestas, la que no ejerció la risa en solidaridad con los pertenecientes tristes, la que no le fue la vida en ello, porque la vida estaba en otra parte, justo allí donde nunca quisimos ir.
Por eso tenemos menos que perder que los que lo perdieron casi todo.
Por eso tenemos menos que ganar que los que cierta vez nos hicieron posible.
Por eso no hay quien nos calle la boca, si somos el silencio.
Por eso no tenemos precio, ni nada que ofrecer a quien pretenda comprarnos.
Por eso no tememos perder lo que nunca ganamos.
La mía, la de varios miles que son o están por ser, es jodida y peligrosa. Favor de no acercarse, piden los antropólogos.
Eso sí, nuestra presunta existencia no ha sido corta ni fácil. ¡Qué va a ser!
Conocimos a Mateo, como todos ahora, claro. Vimos los carros de asalto llevarse a los vecinos mientras nosotros nos enterábamos por Totem que Biafra estaba muerta, y nos llamaban a comer para ir a clase y coleccionábamos figuritas del Mundial, antes o después, posiblemente antes que todo esto pasara en nuestras vidas del país. Disculpen la imprecisión. Es que tenemos tantas anécdotas ajenas...
Las nuestras no son heroicas, o mejor dicho sí, pero sólo para nosotros. No trascendieron. Era mejor que fuera así.
Tenemos un pasado de cartoneros. Aprendimos a vivir de lo que otros tiraron, abandonaron o legaron. Por eso nuestros pocos libros venían con tierra de otras casas y otras historias distintas a las nuestras. Y los leíamos con más admiración que atención. Por eso seguimos así dispersos hasta hoy.
Fuimos inimputables, hasta que dejamos de serlo. Ahí ya la cosa fue distinta.
Hay cosas que no entendemos los de mi generación. Será por eso que ya ni los antropólogos nos buscan. Si ni nosotros nos buscamos.
Pero pese a nuestra imprecisión, lo que sí no hemos perdido es la memoria. Será por eso que ni los antropólogos nos buscan.
Soy de una generación hambrienta, desprovista. Y un poquitín caliente, a qué negarlo. Pero no mucho, porque la calentura enceguece, hemos aprendido.
Debe ser por eso que siempre le esquivamos al fanatismo. Si hasta nos sacamos la camiseta del cuadrito cuando nos enteramos de las mafias del fútbol...
Sí, también padecemos ese tipo de anormalidades. ¡Giles! No tenemos pasta de tribuna, y de palco menos. ¿Vio? ¿Cómo le explico?
Nunca supimos gritar a coro.
Jamás nos sedujo la montonera.
Aparte crecimos.
Solos y juntos, decía Alfredo.
Ojalá, replicamos.
El Darno no estaría tan mal si lo supiera.
Aunque a veces no veo a mi generación tan desprovista ni hambrienta. Será cosa mía...
Mi generación muchas veces se olvida de mi generación. Esa –como decía José, y a veces pienso– ¿dónde está? ¿dónde quedó? Ommm. Catarsis.
El Parlamento también es un chupadero de gente.
Preparen a los antropólogos para cuando todo esto pase. Que pasará, y vendrán peores.
El Club del Clan sigue mandando. ¡Alerta!, grita la Falta, que no salió en carnaval.
Dos veces me invitaron a la logia, dos. No señor, yo soy de izquierda, respondí. Ah, no, si éramos tan coherentes...
La logia sigue mandando y mi generación, bien gracias.
¿Será este invierno que sigue aparentándose veranillo? Ay, Santa Rosa, que ese perro no nos muerda. (Vio que tenemos hasta los santos cambiados...).
Así fuimos: ni iglesia, ni fútbol, ni baile de los sábados, apenas alguna novia (pobre) segunda en orden de prioridades.
Y así quedamos, rezongones, idealistas, nostálgicos, ¿setentistas?
Ni siquiera anarquistas, canta La Renga.
Desocupados o malocupados.
Sin rumbo fijo, por suerte.
Sin una ayudita de los amigos, como coreaban los Beatles.
Silbando bajito (cuando nos sale), leyendo otras consignas en las paredes que eran nuestras, rumbeando por otra ciudad que no es la misma, sin haber querido arrimarnos a ninguno de los que hacen favores, con todo esto encima, y sin saber dónde mierda está internado el Darno.
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