Sosteniendo la Pared, 27 de octubre 2012

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Entrevista en Poder Ciudadano, Canal 5 TNU, 22.9.2011 (primera parte)

Entrevista en Poder Ciudadano, Canal 5 TNU, 22.9.2011 (segunda parte)

Caso Trigo (en Cámara Testigo, 9 de mayo 2011)

sábado, 5 de enero de 2008

La cirrosis del champagne


“Anda jaleo, jaleo;
no dejan ver lo que escribo,
porque escribo lo que veo”.
Anónimo español.


En los cantegriles cogen abierto, porque siempre es más barato tener hijos que prevenirlos, e insume menos tiempo que hacer la cola en los hospitales, cuando no están de paro para defender los derechos del pueblo (¿?) o para evitar que el ministerio de salud pública negocie con alguna empresa trasnacional el comercio de fetos en desuso (o caídos en desgracia) de madres desocupadas, solas y solteras, a cambio de condones de nylon reciclable, que ya fueron usados y descartados por parejas felices del primer mundo.
La lengua del villero, que bajó de la changa del andamio hasta la cama, sediento de sexo sin pasión y con más venganza que amor puro y bien comido, recorre cada centímetro de la hembra, cada poro sudoroso, cada concavidad y cada convexidad, hasta engordarla de semen, apaciguarla de hastío, orgasmearla de rutina, en los mismos justos siete minutos de siempre, sin distraerla demasiado de la novela de la tarde ni de los deberes de los hijos, al lado.
Las manos de la limpiamierda le acarician la espalda como saben y pueden, que es muy poquito y torpe, y sus labios lo besan donde a ella le parece que puede estar la boca, muy por detrás del bigote sucio de portland y sumisión, que muchos años antes fue lo mismo, y también allí estaba.
Cuando no apagan la luz, y se encuentran las miradas, a veces logran reconocerse porque sus ojos son iguales a los de los hijos que tuvieron cada año, cada parto, cada jornal escaso, cada pausa en la fatiga, cada dolor en el vientre, cada pelito mojado, desordenado y mugriento, roto y envejecido, gris y predestinado, que los mira absorto desde las manos enjuagadas en salmuera de una partera municipal que cobra por hora, y a la que a veces no le alcanza el sueldo como para preocuparse demasiado por lo que hace.
Colgado en un ómnibus abarrotado de gente insolidaria, envuelto en un trapo amarillo que ofició de cortina días atrás, el nuevo prehambriento marcha hacia su destino final de cartón, madera y latas, mientras la placenta se rearma para el próximo génito, en cifras de dos dígitos.
Y así abandona el vientre tibio.
Acunado entre cumbias y almanaques con flores, el muy triste se aferra a la teta enorme, grandísima por uso desmedido, con pezones como ceniceros, acostumbrados a estirar la leche todo lo que se pueda, porque el almacén cortó los fiados desde que cerró la fábrica y el plan alimentario del gobierno apenas si alcanza para un cuarto de mes, y racionándolo.
Entre violencia sin agresión y compinches sin elección, aprende a defenderse de quien lo ataca de hecho o por omisión. Se ratonea de la escuela que nunca lo mandó a buscar. Se limpia el culo con papel de diario, y se masturba a escondidas mirando a la hermana (que esa noche se tomó franco) o la viola más tarde, entre juego y juego de la patria inducida a la amoralidad. Y lo cuenta y se jacta con sus iguales supervivientes en confrontaciones casi castrenses de quien logra mear más lejos, eructar con mayor potencia, o matar más gorriones o perros de un solo hondazo, mientras casi todos los demás aplauden y corean, porque en la villa nunca pasa nada más maravilloso.
Uno de cada mil sale doctor, pero los otros novecientos y pico se revuelven como pueden, con cartones a las tres de la mañana, con maricas a las cuatro de la tarde, con ladrillos tres veces por semana, con mujeres al cincuenta por ciento, con falopa a tres líneas por un gramo, con algunas changas en servicios de limpieza, con atracos a cien pesos por cabeza, con pasantías en algún ente público, con disturbios en algún acto público, con matufias pagadas por las culpas de otros o con mandados cumplidos al ricachón del barrio, solterón, brisco y literato. Pero siempre, siempre, huyendo sin cuartel del gatillo policial.
Uno de cada mil doscientos sale bueno, pero el resto tampoco sale malo, no sale, no sabe, no conoce, no pregunta, no exige, no responde, no transita, no consume, no disfruta, no palpita, no propone, no dispone. Y ni siquiera es estadística, porque las encuestadoras -ya se sabe- recuerdan siempre que les paga mejor el que gana las elecciones, y a los gobernantes les provoca úlceras gastroduodenales que les hablen de los pobres.
El tinto les rompe el hígado y el pegapren los pulmones, pero no le temen tanto a la muerte como quienes pueden darse el lujo de amar la vida, las veredas con baldosas, los techos sin agujeros, las ollas con sustento, los amores con cartitas, las primaveras con mariposas, la moto lustrada, empadronada y hecha moco en una zanja cercana al telo.
Los nacidos en ninguna parte, los expulsados del sistema, se comen los codos con los pocos dientes que les quedan, vigilan la serpiente para que no deje de morderlos, reconocen al enemigo por el olor a perfume, se peinan con gomina para disimular las motas, se abrazan con bronca a la pobre desgraciada y moquienta, le temen a dios porque no saben cómo combatirlo, y arman roña en el baile del club el sábado de noche, pero se autoexcluyen de la discoteca, donde todos los días provocan disturbios caros los chicos jet set del barrio residencial vecino.
No nacieron para triunfar ni para sobrevivir al fracaso. Sobran hasta donde se les necesita. Prefieren delinquir antes que pasar desapercibidos. Y no muerden la mano de quien les da de comer, porque nadie les da de comer.
No saben a qué vinieron (ni saben que no saben) mientras la vida les pasa lenta, porque en el mundo del hambre los relojes caminan más despacio, se hacen pesados como la culpa ajena, y en invierno se paran hasta la próxima sopa caliente.
Son los mismos de siempre, los del carro y la bolsa, los bises sin final de una misma canción berreta-empalagosa, la cara oscura del sol, la palabra prohibida de la lengua, la cirrosis del pedal de los dichosos, la herida malpartida por la daga social que separa los mundos, los sobrevivientes de la cornisa, los malmurientes del confort ajeno, los avergonzadores de todas nuestras alegrías, los inconsolables en todas las bibliotecas del sistema planetario y en todos los divanes del mundo analizado.
Perdón por la tardanza.

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