Sosteniendo la Pared, 27 de octubre 2012

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lunes, 7 de enero de 2008

No réquiem a un imprescindible


"Casi no se las oye, un ruido remoto apenas
y el canto no se entiende,

ahora no, no se entiende.
Y el canto no se entiende,
ahora no.
Dios, qué abandonada la canción bajo el cielo,
qué desamparada la voz subiendo,
qué desamparada...".
Circe Maia y Jorge Lazaroff


Jorge Lazaroff estaría cumpliendo este febrero 58 años.
No pudo, no llegó.

Dejó atrás una obra musical-conceptual sin parangón dentro (o tal vez fuera) del canto popular uruguayo. Canciones desconocidas para la gran mayoría y hoy "democráticamente" proscriptas en casi todos los medios de comunicación.
Su música comenzó siendo "cosa de Montevideo", de muy difícil acceso para todo el interior. Tal vez porque su temática era ciudadana y porque siempre sólo habló de lo que conocía, aunque muchos tildaran su trabajo de "intelectualidad para pocos". Una manera elegante de negarle su difusión hacia el "gran público" y de anular el basamento y sentido popular de sus canciones.

Un día, de pura casualidad y curiosidad, conocí al grupo Los Que Iban Cantando. Quedé maravillado con el poder creativo de aquel primer disco y me lo llevé conmigo para compartirlo con los demás. Porque por aquel tiempo, recortado en el tiempo, la música y la poesía eran nuestro principal acto de comunión. Ceremonia profana que proponía un mayor acercamiento a aquella gente que procreaba en medio de tanto decretado aborto creativo.
En su etapa solista, nuestros encuentros fueron mucho más habituales.
Comencé a conocer al Choncho, a fondo, por aquellos años... '84, '85. Se había enamorado de Colonia y había comenzado a madurar en él la idea de radicarse en Riachuelo, con su mujer Cecilia y su hijo Andrés.
Recalábamos siempre en La Casona del Sur, ese era el "cuartel general" desde donde Lazaroff le cantaba por teléfono al Tinta Brava las músicas de dos canciones de Carnaval que luego obtuvieron el primer premio en las voces de Falta y Resto: el Cuplé de la Gente y el Pepe Revolución.
Jorge tenía treinta y poco. Inolvidables, entrañables, atesorables e irrecuperables resultan hoy aquellas largas tertulias con el músico que tan bien nos hablaba de política humana, de no transar, de crear sin pensar en lo que opinara el enemigo, siempre remontando, en cada uno de esos conceptos, desde una sonrisa enorme que nada ni nadie podía borrarle de la cara, quiero decir del alma, si es que existe. Pero de adentro era, sin duda alguna.
Con él aprendí los tonos del Perico Alcasotro, que de puro vago no me había sentado a sacarlos, pero más difícil fue cuando me pasó aquellos otros del rascá la cáscara..., donde se divertía entre disonantes y desarreglos musicales.
Mejor era todavía cuando La Casona cerraba las puertas y nos quedábamos adentro, escuchando las canciones que no podía cantar en público, entremezcladas con alguna de Viglietti, y hablando de las cosas que tampoco en público se podían hablar en los primeros tiempos de nuestra comunión.
Con él aprendí esa hasta ahora para mí inalcanzable fusión de diversión, sencillez y rigurosidad creativa.
Me contaba también de su actividad como profesor en el Taller Uruguayo de Música Popular (TUMP) de Montevideo, y de cuando un botija se le acercó para aprender guitarra, y terminó derivándolo a otro profesor porque Lazaroff había descubierto en él un buen percusionista, no un promisorio virtuoso guitarrista, con lo que debió soportar incluso las reprimendas de la madre de su casi alumno.
Por él llegué a contactarme con otro desquiciado al tono, que jamás llegaron a enchalecar porque los enchalecadores le temen a la locura, a la que sólo conocen a través de las pastillas de colores, y a Leo Maslíah no había quien lo pudiera atar ni medicar, felizmente hasta hoy.
Leo y el Choncho llegaron a un altísimo poder de intercomunicación, que quedó registrado en muy pocas obras grabadas y en muchos recitales, aquí y en el exterior.
Pero seguía soñando con alguna vez subirse al tablado en el papel de murguista, con la Falta, y en venirse a vivir a Riachuelo con su familia.
Una mañana, corriendo y llorando, llegó Carlitos al conventillo de Manuel Lobo donde yo vivía, y así nomás me dijo: "Se murió el Choncho". Supongo que nos abrazamos y supongo que lloramos juntos, no lo sé, pero no quise ir al velorio hacia el que casi todos sus amigos colonienses ya estaban saliendo. ¿Pa' qué?
Pero antes de eso, Lazaroff había caído por Colonia a presentarse en lo que terminó siendo su última actuación en La Casona del Sur. Venía ya bastante flaco, Andrés todavía muy niño y Cecilia triste por una razón que desconocíamos y que no quisimos preguntar.
Poco después se vino la altisonante Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, y la campaña contraria a esa ley de impunidad, que llevamos adelante a través del voto verde.
Era el 1989 y Lazaroff sabía que se estaba muriendo, pero no le restó todas sus fuerzas a actuar en cuanto festival a favor del voto verde se organizara en Montevideo.
De allí son las últimas fotos que, muy morbosamente aprovechadas, publicó el día de su muerte el matutino ahora oficialista La República.
Pero antes de eso, Lazaroff ironizaba en El corso y De generaciones, sufría enormemente en El ojo (o El aljibe, que después debió optar por no cantarlo más), cuestionaba en Hoy sopa hoy y Jugando a las escondidas testimoniaba en Albañil, Alcasotro y Ríos, mientras jugaba a ser músico de veras y ganaba todos los podios en esa apuesta.
Iniciado en el grupo de rock Creación y Testimonio (1972), siguiendo luego en Patria Libre (1973-75, con el que se exilió en la España de Franco, de donde fue expulsado), Aguaragua, Los Que Iban Cantando, y colaboraciones en Falta y Resto y Canciones para no dormir la siesta, desde hace algunos años Jorge Lazaroff también se convirtió en el nombre de una plaza frente al cementerio del Buceo.
Murió de cáncer el 22 de marzo de 1989, con recién cumplidos 39 años, que continúa sumando a partir de todos cuantos de él se reproducen. Porque fue un semillero de textos, músicas e ideas y lo seguirá siendo mientras los que lo seguimos queriendo no permitamos el triunfo de la muerte. Que para proclamar la vida cantaba, y canta todavía, desde esa tibieza permanente con que continúa existiéndonos, desde sus inmortales ojos de buena gente.

(Jorge "Choncho" Lazaroff. 28 de febrero 1950 - 22 de marzo 1989)

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