“Anoche escuché varias explosiones,
tiros de escopeta y de revólver,
autos acelerados, frenos, gritos,
ecos de botas en la calle,
toques de puertas, pordioses, platos rotos”
Rubén Blades
Hace treinta y tres años medio país perdía la inocencia, otro medio país consentía en su silencio y la otra mitad de país conspiraba en los cuarteles y en la casa de desgobierno, con línea directa a Washington. Yes sir.
Era tan feroz la realidad que con dos mitades no alcanzaba para abarcar un país entero, y tuvieron que crear una tercera mitad, imposible pero cierta, atormentadora, prepotente, avasallantemente real.
Y con esa tercera mitad dividieron a las otras dos. Así de fácil y concreto. A la que asumía la adultez de golpe y porrazo, a la que callando otorgaba, y también a la otra, a la cuarta mitad de estos dos enteros país partidos en cuatro, esa otra mitad que nunca se enteró de nada hasta varias décadas después, si acaso. Y siguió trabajando para sí, y comiendo y pariendo, inocente de causa, culpable de lesa omisión.
En la esquina mataban y en la otra cuadra desaparecían, pero el más acá opacaba ese lejano más allá que, como bien sabemos, no existe si no nos atraviesa.
El terror ocupó el Parlamento y la casa del vecino, se promulgó en comunicados desde el número uno, encerró al amigo de mi padre, a la tía de mi compañero de clase, a la esperanza y la bronca de pedroymaríadejuanyjosé, a los teléfonos de las agendas, a los paraderos desconocidos, a las casas equivocadas y las ciertas, a las bocas, las calles, los tiempos conjugados en futuros imperfectos que siempre fueron pasados posibles. Que fueron.
Hace hoy treinta y tres años llovían discursos desde los medios cómplices, intervenidos, sumisos o avasallados. En todos los casos medios parte de esas cuatro mitades inconsultas o proclives.
No se logró aplacar el descontento de la cuarta mitad del continente entero, que debieron regar con pólvora país por país para apagar tanto fuego, tres meses antes que Salvador los esperara por Radio Magallanes fusil en mano y algunas pocas semanas después que un sector de nuestra clase política negociara por el teléfono rojo del poder real, ese que hacía ya catorce años nos venía cobrando los intereses de la impagable deuda indigna que hoy gatillamos sin chistar, desde que asesinaron la ideología en una urna del Club Naval, con nueva sede en Mario Cassinoni.
Las cartas de intención exigían la obsecuencia que supimos consagrar mientras cobraban con sangre. La sangre era la nuestra y la obediencia por decreto, que todavía invierte su paga de impunidad, sigue siendo la de ellos, pero en nombre de todos.
Ayer nos devolvían la gentileza a cambio de datos, reales o inventados, pero todos culpables de lesa patria por las quinientas familias dueñas de la mitad cuarto tercio del país entero.
Hoy ni siquiera eso. Hoy es más fácil y menos trabajo sucio para los intereses imperiales. Que para el trabajo sucio ya cuentan con incondicionales constitucionales manos de obra barata en nuestra exsuizadeaméricatacitadeplataproimperialoffcourse.
Pero por aquellos años, de hace ya treinta y tres, era distinto, y el hormiguero, atacado, tomó el rumbo que pudo o le dejaron.
Las hormiguitas de Daniel apuntaban sus canciones chuecas desde Holanda, otras hormigas de mameluco labrador aprendían clave morse en el penal de Libertad, comiéndose las uñas, las mierdas y los afectos como su única penúltima cena, y algunas otras ya no estuvieron en ninguna parte, igual que Elena sin Venezuela y a manos del canciller Blanco. Mientras la impunidad se retroalimentó a sí misma, con alguna ayudita de sus amigos proimpunes.
Lo de los niños de José ya fue otra cosa, y nacieron sin crecer, o crecieron luego sin haber nacido, y hoy andan por ahí, culpables de nada más que la condena heredada de apellidos ajenos, de los que en ocasiones se despojan y en otras no. Señor marinero que sabes del mar, y del Fusna.
La resistencia era puertas adentro y en familia, procurando no perder la historia no oficial, transmitiendo entre susurros, contando de tal o cual, del zafe, de la coartada, del que no aguantó y cantó, del cómo se sale de esta, del la que se viene y se vio venir. Y vino. Vino enseguida, a las semanas, los meses, o treinta y tres años después. Y hay quien todavía no sabe cómo fue que pasó lo que sigue pasando, rastros más, rastros menos de aquellos huesitos que hoy sólo son historia. Nada más.
Los vencedores a fórceps de los 33 ha, prohibieron la juventud y los sindicatos, la canción y las pancartas, la contraguerra a la guerra, el ejercicio de toda certidumbre y la denuncia porque a quién.
Y no les fue mal. Los neo y post jóvenes de hoy siguen autoproscriptos, los gremios de iniciativa escasa y pseudoclasista, la canción expectante al desarrollo de los hechos, las pancartas pancartas en muy pocas manos, como la denuncia y la certidumbre, frente a una nueva guerra demasiado sutil.
En cada esquina había un delator a sueldo, en cada carta un sobre abierto, en cada guiño un mensaje subliminal que le escapaba a la censura, ese segundo lenguaje que supimos aprender para no morir atragantados por el silencio, desde que el silencio empezamos a ser nosotros por temor verdadero y autoconservacionista.
Se hizo lo que se pudo, y lo que no se pudo lo hicieron ellos. ¿Lo siguen haciendo hoy?
La patota del Cóndor y la OCOA no tiene conocimiento. ¿Será hora de recordarles que sí lo tienen? ¿O no podemos? ¿O no tenemos con qué? ¿O la justicia independiente todavía no lo es tanto? ¿A quién criminaliza la independiente justicia y a quién sigue acogiendo en su regazo?
Los años se medían según la circunstancia, casi como hoy, aunque aquellas eran décadas en los afueras del país o en los adentros del aljibe, que pasaron, como todo pasa, Wassen, Roslik y un cuarto más de república mediante. También trampeada en el Ayuí y en los futuros ayuises que se nos vienen viniendo.
Claro que también hubieron alegrías, en los limpiaparabrisas de los autos que gritaron su no a la legalización de la infamia en el ’80, en los 50.000 que nos juntábamos en el Centenario a cantar popular, en las razzias evadidas, en los poemas de las hojillas para armar y en la sonrisa dolorida de los que crecían sabiendo, y que no es sólo una apenas anécdota de aquellos años.
No hay mucho más, no vale la tinta. Hoy hace treinta y tres años y el tango decía veinte, con farol y todo, con ocho tumbas NN en Colonia, con todavía hoy no se sabe, con comisiones para la paz, con declaraciones de una añoranza indignante, con gobernantes que todavía no han aprendido ese de qué se trata el ejercicio pleno de la soberanía.
Hace treinta y tres años, igual que el cristo cuando tenía treinta y tres, nos golpearon y dolió. Hoy el hambre golpea igual de duro pero ya no duele tanto como cuando el hambre no existía, hace más de treinta y tres orientales.
Hace todos esos años nos privaron de la infancia, y hoy la alimentan con pasto fresco y curado por la helada.
Hace todos estos años perdíamos los trabajos, y hoy directamente no los tenemos.
Todos estamos cumpliendo años, que fueron día por día.
12.053 días del golpe civil-militar-imperialista (que no cívico, corrijan los correctores) y aún no somos adultos de ciudadanía.
Habrá que aprender a ejercerla con el hecho y la palabra; habrá que ser capaces del derecho a ejercer nuestros derechos y que nadie, nunca más, en cuatro tercios mitades pretenda y logre disolver nuestro futuro.
tiros de escopeta y de revólver,
autos acelerados, frenos, gritos,
ecos de botas en la calle,
toques de puertas, pordioses, platos rotos”
Rubén Blades
Hace treinta y tres años medio país perdía la inocencia, otro medio país consentía en su silencio y la otra mitad de país conspiraba en los cuarteles y en la casa de desgobierno, con línea directa a Washington. Yes sir.
Era tan feroz la realidad que con dos mitades no alcanzaba para abarcar un país entero, y tuvieron que crear una tercera mitad, imposible pero cierta, atormentadora, prepotente, avasallantemente real.
Y con esa tercera mitad dividieron a las otras dos. Así de fácil y concreto. A la que asumía la adultez de golpe y porrazo, a la que callando otorgaba, y también a la otra, a la cuarta mitad de estos dos enteros país partidos en cuatro, esa otra mitad que nunca se enteró de nada hasta varias décadas después, si acaso. Y siguió trabajando para sí, y comiendo y pariendo, inocente de causa, culpable de lesa omisión.
En la esquina mataban y en la otra cuadra desaparecían, pero el más acá opacaba ese lejano más allá que, como bien sabemos, no existe si no nos atraviesa.
El terror ocupó el Parlamento y la casa del vecino, se promulgó en comunicados desde el número uno, encerró al amigo de mi padre, a la tía de mi compañero de clase, a la esperanza y la bronca de pedroymaríadejuanyjosé, a los teléfonos de las agendas, a los paraderos desconocidos, a las casas equivocadas y las ciertas, a las bocas, las calles, los tiempos conjugados en futuros imperfectos que siempre fueron pasados posibles. Que fueron.
Hace hoy treinta y tres años llovían discursos desde los medios cómplices, intervenidos, sumisos o avasallados. En todos los casos medios parte de esas cuatro mitades inconsultas o proclives.
No se logró aplacar el descontento de la cuarta mitad del continente entero, que debieron regar con pólvora país por país para apagar tanto fuego, tres meses antes que Salvador los esperara por Radio Magallanes fusil en mano y algunas pocas semanas después que un sector de nuestra clase política negociara por el teléfono rojo del poder real, ese que hacía ya catorce años nos venía cobrando los intereses de la impagable deuda indigna que hoy gatillamos sin chistar, desde que asesinaron la ideología en una urna del Club Naval, con nueva sede en Mario Cassinoni.
Las cartas de intención exigían la obsecuencia que supimos consagrar mientras cobraban con sangre. La sangre era la nuestra y la obediencia por decreto, que todavía invierte su paga de impunidad, sigue siendo la de ellos, pero en nombre de todos.
Ayer nos devolvían la gentileza a cambio de datos, reales o inventados, pero todos culpables de lesa patria por las quinientas familias dueñas de la mitad cuarto tercio del país entero.
Hoy ni siquiera eso. Hoy es más fácil y menos trabajo sucio para los intereses imperiales. Que para el trabajo sucio ya cuentan con incondicionales constitucionales manos de obra barata en nuestra exsuizadeaméricatacitadeplataproimperialoffcourse.
Pero por aquellos años, de hace ya treinta y tres, era distinto, y el hormiguero, atacado, tomó el rumbo que pudo o le dejaron.
Las hormiguitas de Daniel apuntaban sus canciones chuecas desde Holanda, otras hormigas de mameluco labrador aprendían clave morse en el penal de Libertad, comiéndose las uñas, las mierdas y los afectos como su única penúltima cena, y algunas otras ya no estuvieron en ninguna parte, igual que Elena sin Venezuela y a manos del canciller Blanco. Mientras la impunidad se retroalimentó a sí misma, con alguna ayudita de sus amigos proimpunes.
Lo de los niños de José ya fue otra cosa, y nacieron sin crecer, o crecieron luego sin haber nacido, y hoy andan por ahí, culpables de nada más que la condena heredada de apellidos ajenos, de los que en ocasiones se despojan y en otras no. Señor marinero que sabes del mar, y del Fusna.
La resistencia era puertas adentro y en familia, procurando no perder la historia no oficial, transmitiendo entre susurros, contando de tal o cual, del zafe, de la coartada, del que no aguantó y cantó, del cómo se sale de esta, del la que se viene y se vio venir. Y vino. Vino enseguida, a las semanas, los meses, o treinta y tres años después. Y hay quien todavía no sabe cómo fue que pasó lo que sigue pasando, rastros más, rastros menos de aquellos huesitos que hoy sólo son historia. Nada más.
Los vencedores a fórceps de los 33 ha, prohibieron la juventud y los sindicatos, la canción y las pancartas, la contraguerra a la guerra, el ejercicio de toda certidumbre y la denuncia porque a quién.
Y no les fue mal. Los neo y post jóvenes de hoy siguen autoproscriptos, los gremios de iniciativa escasa y pseudoclasista, la canción expectante al desarrollo de los hechos, las pancartas pancartas en muy pocas manos, como la denuncia y la certidumbre, frente a una nueva guerra demasiado sutil.
En cada esquina había un delator a sueldo, en cada carta un sobre abierto, en cada guiño un mensaje subliminal que le escapaba a la censura, ese segundo lenguaje que supimos aprender para no morir atragantados por el silencio, desde que el silencio empezamos a ser nosotros por temor verdadero y autoconservacionista.
Se hizo lo que se pudo, y lo que no se pudo lo hicieron ellos. ¿Lo siguen haciendo hoy?
La patota del Cóndor y la OCOA no tiene conocimiento. ¿Será hora de recordarles que sí lo tienen? ¿O no podemos? ¿O no tenemos con qué? ¿O la justicia independiente todavía no lo es tanto? ¿A quién criminaliza la independiente justicia y a quién sigue acogiendo en su regazo?
Los años se medían según la circunstancia, casi como hoy, aunque aquellas eran décadas en los afueras del país o en los adentros del aljibe, que pasaron, como todo pasa, Wassen, Roslik y un cuarto más de república mediante. También trampeada en el Ayuí y en los futuros ayuises que se nos vienen viniendo.
Claro que también hubieron alegrías, en los limpiaparabrisas de los autos que gritaron su no a la legalización de la infamia en el ’80, en los 50.000 que nos juntábamos en el Centenario a cantar popular, en las razzias evadidas, en los poemas de las hojillas para armar y en la sonrisa dolorida de los que crecían sabiendo, y que no es sólo una apenas anécdota de aquellos años.
No hay mucho más, no vale la tinta. Hoy hace treinta y tres años y el tango decía veinte, con farol y todo, con ocho tumbas NN en Colonia, con todavía hoy no se sabe, con comisiones para la paz, con declaraciones de una añoranza indignante, con gobernantes que todavía no han aprendido ese de qué se trata el ejercicio pleno de la soberanía.
Hace treinta y tres años, igual que el cristo cuando tenía treinta y tres, nos golpearon y dolió. Hoy el hambre golpea igual de duro pero ya no duele tanto como cuando el hambre no existía, hace más de treinta y tres orientales.
Hace todos esos años nos privaron de la infancia, y hoy la alimentan con pasto fresco y curado por la helada.
Hace todos estos años perdíamos los trabajos, y hoy directamente no los tenemos.
Todos estamos cumpliendo años, que fueron día por día.
12.053 días del golpe civil-militar-imperialista (que no cívico, corrijan los correctores) y aún no somos adultos de ciudadanía.
Habrá que aprender a ejercerla con el hecho y la palabra; habrá que ser capaces del derecho a ejercer nuestros derechos y que nadie, nunca más, en cuatro tercios mitades pretenda y logre disolver nuestro futuro.
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